miércoles 1 mayo
Opinión  |   |

Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XIII) (24-4-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XIII)

 

El ciudadano perruno Igor González, se ha levantado de su cama solitaria optimista. No le afectan los desastres políticos y económicos de su país. Se siente insensible ante tanta corrupción política, y porque ya son demasiados años de políticos corruptos que campan a sus anchas por todas las variadas instituciones del Estado. Es muy de madrugada. Y el perruno ciudadano se apresta para salir a hacer deporte, corre sin llegar a ser el puntero y excelente atleta que fue, por los campos oscuros que están siempre vigilados, siempre que no están encapotados por densas nubes, por las nítidas y tintineantes estrellas. Hoy el perruno ciudadano corre con el sufrimiento de siempre, ese sufrimiento que hace grandes a los atletas que saben aguantarlo. Va pensando en que por la tarde tendrá que ir a visitar a su padre.  Y que éste la volverá alguna de sus historias. Su padre goza con los relatos que le hace al perruno. Y el perruno es feliz de observar que su padre también es muy feliz relatando. Han formado una simbiosis que a los dos les favorece. Y su padre con estas visitas tiene la ocasión de beberse unos buenos tragos del mejor de los vinos tintos que guarda celosamente en su pequeña bodega bien provista de caldos exquisitos.

Ya el ciudadano perruno, después de una jornada trabajadora, marcha despacio a la casa de su padre anciano. Va entusiasmado sopesando que el relato de esa jornada será tan apasionante como el de otros días. Siente que los relatos de su padre ya forman parte de su vida. Y va a ellos con la alegría del niño al que le relatan bellísimos cuentos de seres extraordinarios que viven en ignotos planetas. El ciudadano perruno Igor González, ya no puede pasar sin los diarios relatos de su padre. Y va a escucharlos como un seducido que es incapaz de no hacerlo. Aunque hoy tiene la institución de que el relato será triste.

 

“Y murió solo. Su vida era la literatura, el periodismo y la poesía. Y con estas tres facetas del mundo de la cultura y de la información, él vivió trabajando todos los días de su espantosa vida solitaria. Sabía distinguir entre la realidad, la ficción y la fantasía, pero a él toda esta sapiencia notable y deductiva no lo excluyó en absoluto de morir un día tan solitario como la existencia de un leve pájaro que siempre voló libre y sin ataduras a ningún nido. Aunque él jamás abandonó a sus cuatro hijos. Y siempre los cobijó en la medida de sus posibilidades económicas. Él nunca dejó de estar con ellos aunque fuese en pensamientos, y ya que la vida emancipa muy pronto a los hijos del padre que está divorciado y porque los hijos van hasta la emancipación desde el regazo de su madre.

 

Él murió solo con su conciencia tranquila. Se suicidó. Fue en un día en el que llegaba la primavera, y cuando ya las flores se abrían al calor de sus cortas vidas. Se disparó un amable y despiadado disparo en la boca. Y cuando lo encontraron, todavía tenía en orden las fotografías de sus hijos a la mano, aunque desparramadas por la hierba del huerto. Aquel día estaba radiante. Y las abejas trabajosas libaban el polen de las rosas y del azahar del huerto campesino. Pero por la tarde la tormenta tronó dantesca. Cayó una lluvia torrencial. Los rayos caídos iluminaron dantescos. Los árboles e hierbas se mojaron. Y el disparo, fue mortal de necesidad. Murió al instante. Murió solo como vivió. Murió bien muerto.

 

A él le gustó escribir del amor. Poemas casi crípticos. Enigmáticos por naturaleza porque sólo amó a una sola mujer en toda su vida. Poemas de metáforas valientes que no oscurecían el sol, pero que hacían de la vida terrenal algo endrino de difícil entendimiento para todos aquellos seres, mujeres y hombres, que sólo gustan de la poesía cursi que ensalza el amor simple y pueril. Él escribía aquella poesía y la llamaba prosa poética. Y que contenía un compromiso social y solidario con todos los seres que están siendo explotados por los mismos hombres. Y su prosa fue exactamente igual que su poesía, una prosa comprometida e iconoclasta con la que intentaba, con sus letras, hacer que se erradicasen las injusticias con todos los seres humanos que sufren y padecen las arbitrariedades y desigualdades de los otros hombres ricos y con poder. Le gustaba escribir de amores ficticios, y porque él sólo tuvo un amor.  Fue hombre de una sola mujer.

 

En aquella mañana se mostraba ansioso por vivir. Había escrito hasta las dos horas del mediodía. Tenía ganas de tomar el sol primaveral en aquel sábado radiante con unos rayos que ya picaban en la piel al exponerse a ellos. El naranjo estaba verdoso con algún azahar y bastantes naranjas verdinas pequeñas. El limonero tenía limones amarillos que parecían pequeños soles gualda con forma de elipse entre tantas hojas cetrinas. En el níspero centralizado en la parcela del huerto, se apreciaban las níspolas incipientes entre sus hojas de un verdor oscuro como las canoas de los indios remotos. Los membrillos estaban en flor, y unas flores blancas revoltosas que acaparaban todas sus ramas. Las higueras tenían ya sus grandes hojas con forma de pequeños continentes que daban recias sombras bajo ellas. Y las parras ancestrales, sus hojas y tallos, parecían exploradores que intentaban conquistar otros espacios. Él estaba extasiado con tanto verdor y tantas sombras que dejaban unas luces fantasmagóricas en el huerto campesino. Y sus ojos se agradaban admirados con las formas frondosas. Su nariz olía el olor del azahar y el de las rosas. Y le costaba mucho esfuerzo entender que todo iba a desaparecer con el disparo que se pensaba disparar en la boca dentro de breves instantes. Un pájaro lo observaba en una rama del servo también con frutos. Él sonrió. Se recostó sobre la hierba fresca. Recordó a todos sus hijos amados. Y cerró los ojos para siempre. Se voló la sesera con un revolver, y sin estridencias y sin llamar nada la atención. Había estado lloviendo con la tormenta y su sangre se mezcló con esa agua de lluvia que había caído con el estruendo tormentoso.

 

Querido hijo Igor, esto es un pequeño esbozo de la vida de un amigo mío que fue poeta, periodista y escritor. Y que murió, se suicidó disparándose en la boca, más solo que una piedra asentada junto a un remoto camino que discurre al lado de un enorme y oscuro pedregal”.

 

La tristeza del ciudadano perruno Igor González, es visible desde el espacio exterior. El relato de su padre lo ha conmovido hasta sus últimas fibras sensibles. Está desolado. Y camina tan tristemente como es su tristeza interior. Aunque no camina cabizbajo. Nunca el ciudadano perruno camina como si estuviese totalmente derrotado. Es un vitalista. Es un ser humano que siempre vislumbra una salida esperanzadora con tintes idealistas. Su credo y su filosofía es que nunca hay que abandonarse y darse a la derrota sin presentar una fiera resistencia numantina, y porque los miedosos enemigos pueden estar bastante más derrotados. Al perruno no le asusta nada. El miedo, solo es falta de confianza en sí mismo. Los cobardes son despreciables, y aunque algunas veces sean aclamados por las turbas como héroes. La vida es lo más preciado que un ser humano puede poseer, pero la vida sin honor y sin honra para nada superior vale. La diferencia entre un honorable y un despreciable, está siempre en la generosidad y en conocer que todos somos iguales, aunque diferentes. El ciudadano perruno Igor González, aprendió estas cosas, ahora las sigue aprendiendo, de su padre. Y aunque durante muchos años no pudo mantener con él una de esas conversaciones en las que bien se aprende. Ya vislumbra el perruno a su casa favorita. Y ya se siente sentado en su sillón favorito con las deducciones mentales que hoy ha sacado del relato de su padre. Es noche cerrada. Es otro día que se marcha.

 

Publicidad

Comentarios

©Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta noticia sin autorización expresa de la dirección de ahoraGranada
Publicidad
DÍA A DÍA
Desarrollado por Neobrand
https://ahgr.es/?p=37607