sábado 27 abril
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Relatos Iconoclastas (Ella es disoluta y bellísima) (3-10-2014)

Ella es disoluta y bellísima

Ella se estiró cuán larga era en aquella cama enorme en la que se tostaba al sol, y que estaba situada junto a la piscina del chalé en el que vivía. Estaba desnuda. Y su cuerpo de mujer disoluta, tan maravilloso como una serpiente pitón birmana que también toma el sol de la mañana sobre una enorme piedra caliza, se mostró licencioso y capaz de embelezar a una legión de hombres. Aunque solo estaba maravillando a su vecino, que la miraba subido en unas escaleras de podar los árboles y sin que su mujer se percatara de ello. Sus muslos torneados y el resto de sus bonitas piernas eran kilométricos. Sus dos pechos tenían la redondez y la excitación turgente de los caprichos de Zeus, pero sin llegar a ser ni pequeños ni grandes. Su sexo, sin depilar, se mostraba como una fuente amante por la que podía manar ambrosía y diamantes. Y su rostro de diosa griega con los labios gruesos de su boca perfectos y sus ojos claros como zafiros, denotaba una belleza perfecta. Era la encarnación de una mujer libidinosa que desafiaba al mundo. Era la perfección desnuda. Y su voz acaramelada incitaba a realizar los más sensuales actos entre mujer y hombre. No tenía ni un solo defecto. Y sus cabellos eran rojizos como el amanecer de los territorios meridionales del Sur de una Europa muy templada.

Y su vecino, idiotizado desde la alta atalaya de la escalera de podar setos, era el ojeador maravillado que se ha quedado de piedra al observar a la mujer más esplendorosa que él jamás había contemplado. Ella se le quedó mirando con ojos y sonrisa de la hembra que es viciosa y disipada. Y con una voz dulce como una felación, le dijo que viniese hasta donde ella estaba porque lo deseaba con toda urgencia. Y para copular en aquella cama que el sol ya calentaba. Él no acertaba a saltar el seto de pinos que estaba recortando, y ya que sopesaba que su mujer podía darse cuenta y llegar a la alta escalera y, subiéndose a ella, contemplar la faena sexual increíble que aquella mujer disoluta y tan bellísima le había propuesto. Él dudaba, pero la mujer escultural seguía llamándolo con su voz de diosa pagana o de sirena Circe que logró encantar a Ulises cuando viajaba de vuelta a Ítaca. Por fin el hombre se decantó y saltó el seto como un valiente aguerrido que va en busca del amor regalado de una mujer disoluta y bellísima, pero resbaló y cayó dándose un golpe tremendo y quedando inconsciente en el jardín de su vecina. Y en donde fue devorado inmediatamente por la pitón birmana que tomaba tibia los rayos del sol, una serpiente bestial que medía nueve metros de largo y que pesaba más de cien kilogramos.

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