Luna creciente (21 de Abril de 2014)
La realidad de la muerte, la muerte física, nunca podrá acabar con el realismo mágico de la vida en la literatura escrita y legada con su publicación a toda la humanidad del maestro Gabriel García Márquez. Una vida trabajadora dedicada al mejor periodismo y a la narrativa más universal. La muerte real, la desaparición física, jamás borrará la enorme y fenomenal huella literaria que nos deja uno, seguramente el mejor, de los escritores que ha dado la lengua hispanoamericana. Una parálisis emotiva y admirativa mental que no me impidió en absoluto, al revés me potenció, dejar de seguir leyendo fue la que me recorrió cuando comencé a leer “Cien años de soledad”. Y que no me desapareció hasta que finalicé de leer aquel libro, aquella novela con tantos personajes casi irreales que se hacían siempre reales, y a la orilla de unas vacaciones junto al tranquilo y reparador rompeolas del mar mediterráneo que baña las costas tranquilas y bellas de la provincia de Granada. Mi bien amada tierra natal. Ya está reunido el maestro con el hielo frío que conoció el coronel Aureliano Buendía. Ya el maestro está, con ojos de perro azul, gozando del amor en tiempos de cólera. Y mientras que en el otoño de un patriarca las crónicas de una muerte anunciada lo llevan a visitar una casa de putas tristes que están entristecidas, y porque ya no podrán platicar con un hombre que fue feliz sin ser un indocumentado. La hojarasca de la muerte, en una mala hora, ya se ha llevado al maestro sin que los ángeles tengan que esperar, pero sus letras con la forma de libros siempre vivirán en nosotros y en los que nos seguirán mucho más de mil años sin soledad. Y hay que aplaudir sus convicciones políticas, culturales y sociales, y ya que estar al lado de los desheredados es algo que muy bien ennoblece. Hasta siempre camarada Gabriel García Márquez, el mundo está hoy sin ti un poco más huérfano de lo huérfano que siempre está. Macondo, siempre estará en los ojos del lector empedernido.
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