miércoles 15 mayo
Opinión  |   |

Nueva anormalidad

Primero nos prometieron que tras la pandemia volveríamos a la normalidad. Luego se habló de nueva normalidad. Hay quien vaticina que vamos a un nuevo orden internacional. Aunque los más realistas hablan de que realmente estamos en un nuevo desorden mundial.

En pocos años y de forma sucesiva estamos viviendo acontecimientos históricos que se acumulan, complican y agravan la situación generada por el anterior. A la crisis financiera de 2008 le siguió la pandemia y a ésta la guerra en Ucrania ocasionada por la invasión rusa. Tres crisis de distinto carácter (financiera, de salud, militar) pero con el resultado común de generar efectos económicos catastróficos y generalizados.

La reacción a la primera crisis fue la aplicación de criterios de austeridad, con enormes daños en desempleo, precariedad y desigualdad. Frente a la segunda se apostó por políticas expansionistas, con relajación de los criterios de control presupuestario y de déficit y apostando por el endeudamiento, tanto en cada país como a nivel Europeo con los Fondos de Recuperación. Cuando se nos prometía felices de volver al crecimiento y la recuperación, nos encontramos con la agresión rusa a Ucrania y todo parece saltar por los aires. El efecto mariposa nos atrapa de forma inmisericorde.

Hay voces que señalan que todo está relacionado y que no estamos viendo más que expresiones de una situación global que estaría poniendo en evidencia que el actual modelo muestra síntomas de agotamiento. Tenemos un solo planeta y no puede actuarse como si no existiesen límites. Los recursos no son infinitos y tarde o temprano se recrudecería la lucha por los recursos escasos y la delimitación de zonas de influencia.

Escribía en otro artículo que de esta guerra ya se conocen dos seguros perdedores, los pueblos ucraniano (sobre todo) y ruso. Y que seguramente enseguida veríamos quiénes serían los beneficiarios del conflicto. Está claro que los fabricantes de armas, directamente por la propia guerra pero también por la carrera armamentística que se anuncia. Alemania elevará sustancialmente su gasto militar. La OTAN reclama a sus socios un gasto en defensa mínimo del 2% del PIB. Pedro Sánchez ya ha anunciado que asume tal compromiso, el PP, Cs y Vox lo apoyan. ¿Cañones o mantequilla?, la pregunta formulada por el economista Paul A. Samuelson en 1948 (aunque se atribuye a William Jennings Bryan, secretario de Estado norteamericano a principios del S. XX) vuelve a poner el dilema sobre la palestra. ¿De verdad la prioridad debe ser reforzar los ejércitos y la industria militar?

Otro ganador, al menos momentáneo, será EEUU En primer lugar porque el gas que se le deje de comprar a Rusia se adquirirá en Norteamérica, a un precio mucho mayor, por supuesto. Pero el país con la mayor industria de armamento del planeta seguro que también obtendrá beneficios importantes de esa carrera por el rearme. Y, en silencio, como lleva haciendo mucho tiempo, la gran ganadora será China, que muy probablemente seguirá ampliando su influencia y su capacidad económica aprovechando que sus competidores se desgastan entre sí.

Nada volverá a ser como antes. Nunca volveremos a la vieja normalidad. Cuanto antes se asuma esto mejor será para afrontar la incertidumbre del futuro Ante este reto no caben respuestas de la vieja escuela. De nada servirá el politiqueo, salvo para empeorarlo todo. Lo primero que se necesita es liderazgo y capacidad de decirle a la gente la verdad. Ni engaños, ni manipulaciones, ni cuentos. Sólo la colaboración nos puede ayudar a salir adelante. Continuar y ahondar en el modelo de la competitividad a ultranza solo llevará a generar nuevos y más graves conflictos.

La inflación en el 9,8% nos empobrece a la inmensa mayoría. Pero el debate, como es habitual, está fuera de la realidad. La oposición al unísono propone como solución “bajar los impuestos”. Aunque sin especificar cuáles y a quiénes. Las bajadas de IVA han sido absorbidas por los precios de la electricidad, porque no se afronta el problema de fondo. Con los carburantes probablemente suceda algo similar.

Los impuestos son la herramienta para la solidaridad que se genera a través de los servicios públicos. La inmensa mayoría no podríamos pagarnos la sanidad, la educación o la pensión por nosotros mismos. Sólo gozar de esos servicios públicos nos garantiza un mínimo de seguridad. Por supuesto que hay que mejorar mucho la calidad y la eficiencia de esos servicios, pero no desmantelarlos o recortarlos poco a poco.

En España tenemos una carga fiscal por debajo de la media europea. Poco margen de bajada existe. Nuestro problema no es tanto la carga fiscal sino quien la soporta, mayoritariamente las clases medias. Ahí sí que hay mucho margen de avance en una línea de justicia y equidad.

Es una enorme demagogia pedir bajada de impuestos y a la vez aumento de subvenciones para los sectores que sufren los peores daños por la crisis. ¿Cómo se pagan?. Claro que debe ayudarse a quien más lo necesita pero para eso se requieren fondos que se obtienen a través de los impuestos. Los problemas del campo o del transporte se han agudizado con la subida de los carburantes pero ya estaban ahí y fundamentalmente son debidos al escaso margen de precios (en muchos casos trabajan a pérdidas) que les imponen las grandes corporaciones o la competencia desleal derivada de importaciones de países con menos exigencias en derechos sociales y ambientales. Pero de eso poco se quiere hablar.

Y por último señalar el cinismo y la hipocresía que se nos impone. Toda la solidaridad y ayuda con el pueblo ucraniano. Pero no se puede defender el derecho a decidir de ese pueblo y dejar abandonado al pueblo saharaui, al yemení, al sirio... Ni se puede condenar al gobierno ruso y no hacerlo con el de Arabia Saudí, con el marroquí…
Necesitamos más mantequilla y más paz, solidaridad y justicia.

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Columnista
Miguel Martín Velázquez

Portavoz de Podemos Granada

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