martes 14 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor Gonzáez LI) (28-9-2015)

El ciudadano perruno Igor González (LI)

 

-Este es un relato estúpido. Un cuento intrascendente que solo pretende alertar de que cada oveja debe de estar con su pareja. Es un alegato para alentar de que no se deben de romper las reglas de la vida. Y porque romper las reglas del juego puede tener funestas consecuencia. Querido hijo, no dirás que no te estoy avisando. El relato de hoy es una inconsecuencia terrorífica y dislocada. Son las cosas que a mí se me ocurren cuando me he hartado de buen vino tinto- le dice el padre del ciudadano perruno Igor González a su hijo.

 

-Suéltalo ya, que me tienes desbebido por oír este relato sobre como hacer lo que es conveniente y sin que lo conveniente te devore vivo. Tú, caro padre, tienes la sabiduría de un viejo jefe apache o comanche, o de la tribu que sea, que es capaz de decirle al hombre blanco “que cuando los ríos se sequen y no existan en sus aguas peces para pescar y que cuando el búfalo haya desaparecido porque no hay hierba en las praderas, los hombres blancos no podrán comerse su dinero”. La inteligencia es aquello por lo que cuelgan y masacran unos hombres egoístas, miopes y analfabetos a otros hombres que son visionarios, inteligentes y nada egoístas. Vamos ponte a relatar- le contesta el perruno ciudadano a su padre.

 

Y dicho todo esto en amable conversación breve, el progenitor del ciudadano perruno Igor González, previo beberse un buen vaso de mejor tinto, comienza su narración de ese día en el que ya el otoño a llegado con las primeras tormentas y con una bajada de temperaturas que todavía no es excesiva…

 

“De un segundo a otro la ventanilla del avión pasó de una total y absoluta oscuridad a estar iluminada por una potente y radiante luz natural. El sol acababa de nacer un día más. Un día que nosotros lo percibimos como un amanecer muy bello y propio de los ojos de dos recién casados que viajaban felices y alborozados hacia su luna de miel en el Caribe. Y cuando el avión comenzó su bajada y la tripulación empezó a realizar las oportunas maniobras para aterrizar, el mar era un espejo naranja absolutamente plano que presagiaba, con certeza absoluta, unos días espléndidos y dichosos para nosotros.

 

Cuando conocí a aquella mujer interesante, yo trabajaba en la Cafetería Azul. Fue en un día de octubre. Ella llegó con varias amigas y me pidieron todas por igual chocolate con churros. En esos mismos instantes, noté la sensación de que algo raro hacía que se me encogiera el estómago y también el corazón. Y pensé que aquello era producto del gran agobio que me producía el trabajo y el enorme trajín de la cafetería. A esas horas, los parroquianos abarrotaban el local y todos, camareras y camareros, estábamos estresados por el enorme trabajo que daba la clientela, pero después supe que algo fantástico me había pasado y que el amor me visitaba como un huracán que todo lo arrasa.

 

Al cabo de varios días, tres o cuatro quizá, Aurora, ese día supe que se llamaba Aurora porque así la llamaban sus acompañantes, volvió a la cafetería con sus amigas y mi corazón y mi estómago sufrieron el mismo encogimiento. ¿Será el amor que llama a mi puerta con fuerza y vehemencia? -pensé- Y llama con tanto ímpetu, que me va a matar de amor en unos pocos días.

 

-¿Qué desean ustedes? - pregunté.

 

Si se lo dijera, no me creería usted. Pero mientras tanto, yo quiero una taza de ese buen chocolate que tienen y una ración de churros. ¡Pedid vosotras también! -contestó Aurora, dirigiéndose a mí y a sus amigas.

 

Un torbellino de situaciones increíbles cristalizaron de forma espontánea. Aurora llegó un día sin sus amigas y me pidió lo mismo de siempre: chocolate y churros. Yo noté que no me quitaba ojo, cuando en el ir y venir por la cafetería pasaba cerca de ella. Pero mi asombro fue total cuando llegó la hora de pagarme. Aurora dejó el dinero que marcaba el tique y también una nota de papel plegado. Con curiosidad, la verdad, llegué a la caja para entregar el dinero recibido y, de camino, leer la nota. Me llamo Aurora Pérez, por si no lo sabes, y me gustaría invitarte a comer. Te espero a las dos y media de la tarde en Barcelo´s. La mesa ya está reservada, decía la nota.

 

Desde aquel día, Aurora y yo comenzamos a salir juntos con regularidad. Paseábamos por la ciudad, íbamos al cine, al teatro y a tomar copas. Y también asistíamos a multitud de actos culturales porque Aurora era una persona con grandes inquietudes educativas.

 

Fue en aquella noche, la primera que cenamos juntos, cuando su amor se desató con todo su ímpetu. Cenamos en el abrigo de una pizzería de gente joven, con música italiana de fondo, y allí nos besamos mirándonos a los ojos. Después fuimos a un pub tranquilo y, abrazados, Aurora me pidió que durmiera aquella noche con ella en su casa.

Allí, en su bonito apartamento amueblado con exquisitez, comenzamos a besarnos con una gran intensidad. Aurora me mordía los labios y después comenzaba a chuparme todo el cuerpo. Yo la tocaba muy excitado, acariciando su sexo e introduciendo mi dedo en su vagina y ella se volvía loca enardecida y me chupaba mi sexo con una pasión inusitada. Ya llevábamos un buen rato comiéndonos literalmente, cuando Aurora volvió a asir mi pene y lo introdujo en su fantástica entrada al paraíso. El sudor corría por nuestros cuerpos y el éxtasis nos venía como una gran descarga eléctrica, y porque hacíamos el amor con una total y formidable intensidad.

 

Ha sido extraordinario. Lo mejor que me ha ocurrido en mi vida. He gozado como nunca. Te adoro Pedro, amor mío, me dijo Aurora, abrazada a mí como una lapa.

 

La verdad, yo tampoco había gozado tanto hasta ahora. Nunca había tenido una eyaculación tan enorme. ¡Me iba a morir de gusto! Me faltaba el aire. Estás como una piedra de dura y follas como los ángeles. Y si es que los ángeles saben follar, le contesté.

 

La boda fue sencilla. Y con todos los elementos simples de una unión civil. Asistieron sus amigas y yo sólo invité a un amigo íntimo de tiempos del colegio. Mi más querido amigo, y que ahora trabajaba como docente en un instituto público, e impartiendo clases de Historia del Arte. Él fue mi padrino. Y de Aurora, una viejecita amiga encantadora.

 

-Querido Pedro, estoy segura, casi segura, de que no me va a gustar Cuba por su régimen político. El comunismo es una aberración, una plaga que nos ha mandado Dios para poner a prueba nuestra templanza. Los rojos comunistas son la tentación del Demonio. Sólo tú, mi amor, eres un comunista como Dios manda- con dulzura me soltó Aurora ya dentro del avión que nos llevaba a nuestra luna de miel en el Caribe.

 

-No llevas razón, corazón mío. El marxismo en la extinta Unión Soviética fue un galimatías dictatorial que abortó el Capital con bocadillos, automóviles, putas, mafias y electrodomésticos… Un asesinato del Capitalismo. En el fondo, los rusos son unos borregos que suspiraban por el consumismo. Coca Cola y todo lo que viene después… En Cuba es otro cantar. Allí el comandante Fidel es un genio de la palabra y otro gallo les cantaría sin el embargo USA y sin la doble moral de Occidente que acuna, mantiene y sostiene a millones de canallas y de sinvergüenzas. No obstante, Cuba es otro son y nosotros, aunque el comandante Fidel esté fosilizado, nos vamos a pasar unos días de ensueño y sin criticar al único socialismo real que tiene vergüenza torera. Nosotros vamos a Cuba a copular como leones, a comer como tigres y a divertirnos como tigres y leones. Que los filósofos, los politólogos, los economistas, la Iglesia y los militares de USA analicen al régimen castrista. Nosotros a vivir y a follar que son tres días, y dentro de mil años que no lo echen en cara- le respondí a Aurora.

 

-Mira, ya vamos a aterrizar. Son las cinco y media de la mañana. Cuba parece una naranja. Y el cielo es de un azul anaranjado precioso y bellísimo. El mar tiene el mismo color. Y vamos a hacer el amor como leones - terminó Aurora la conversación con los ojos eclipsados de amor.

 

Desde el aeropuerto de La Habana hasta el hotel Meliá Cohiba en taxi de los años cincuenta, fuimos viendo gentes con caras felices. Personas orgullosas de su personalidad cubana y de su país. Criaturas que andaban arrogantes de ser un abanico de razas y de vivir en una nación soberana y pequeña que no se arredraba a las exigencias del gigante gringo.

 

-Bienvenidos a Cuba. Espero que ustedes lo pasen muy bien en nuestro país. Ha sido un error en la reserva de la habitación matrimonial, pero no se preocupe señora, que ahorita mismo deshacemos el yerro: una habitación sencilla para usted y otra, junto a la suya, para su hijo- nos dijo el recepcionista mulato del hotel con una sonrisa que dejaba ver sus blancos dientes cubanos.

 

Fue aquel, un viaje inolvidable y maravilloso a Cuba. El último y el primero que realizamos Aurora y yo. Mi esposa murió a la semana de volver del Caribe, tenía ochenta y tres años. Y yo me quedé viudo a los veintisiete años. Fue una desgracia muy grande, el resfriado que cogió Aurora al llegar a Madrid de vuelta del sol tropical de Cuba, se la llevó por delante”.

 

El ciudadano perruno Igor González va caminando y reflexionando sobre el relato que su señor padre le ha contado en este día primerizo del otoño principiante que todavía es más verano que otoño. Y solo se le viene a la cabeza, el chascarrillo con tintes de humorismo que otra vez también le relató su progenitor. Y que era algo así, más o menos en su contenido… Se encuentran dos amigos, ya bastante ancianos, y le dice uno al otro…

 

-Paco. ¿Y cómo coño se te ha ocurrido casarte con una joven de treinta años, esa que es un bombón escultural y más guapa que una virgen entronizada? No comprendes que te va a engañar con hombres más jóvenes. Tú vas para cumplir los 93 años.

 

- Pepe. Es muy fácil de entender. Sí. Yo he preferido casarme con una joven que puede ser un bombón escultural y guapa para varios hombres, que contraer matrimonio con una vieja, fea y tullida para mí solo. Ha sido una opción inteligente en la que compartir no es una negatividad de cuernos puestos sin conocerlos. Yo voy a ser un cornudo sabiéndolo de antemano, pero también me llevaré algún roce sexual que es impensable para mis años.

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