jueves 16 mayo
Opinión  |   |

Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XLV)

El ciudadano perruno Igor González (XLV)

 

El ciudadano perruno Igor González, sin ladrar y sin levantar la pata trasera en las esquinas para mear y marcar territorio, otro día más camina por las calles y plazas granadinas en pos de llegar a la mansión, en Granada se llaman cármenes a estas viviendas, de su padre para recibir el relato de esta jornada. Un relato que nunca deja indiferente al perruno ciudadano. Y porque su progenitor, ya sea porque se lo han contado a él o ya sea porque él se lo ha inventado, es creativo al máximo. El ciudadano perruno conoce bien que son relatos, a veces, duros y llenos de escabrosidades que tampoco dejan indiferente a los lectores que leen las novelas de Igor González, un ciudadano perruno que jamás le ha ladrado ni mordido a nadie.

 

En esta jornada en la que han caído algo las temperaturas veraniegas, antes eran muy insoportables por caniculares extremas, el padre del ciudadano perruno está sin haber probado ni una sola gota de alcohol. Le argumenta a su hijo el perruno ciudadano que no ha querido abrir una botella de tinto de una excelente añada de la Ribera del Duero para poder compartirla con él. Aunque el ciudadano perruno declina la invitación y le contesta a su progenitor que ya sabe que él no bebe ningún tipo de alcohol, y aunque conoce perfectamente lo buenísimo que está el tinto de esa añada excelente de la Ribera del Duero. El padre del perruno abre la botella y comienza a escanciar el tinto. Y le dice a su hijo, que ahí va el relato de este día en el que se va a beber toda la botella de tinto magistral y se va a meter entre pecho y espalda un platazo enorme de jamón alpujarreño y de queso manchego, el mejor del mundo…

 

“Paco Hernández, el Muerto, sin que nadie lo sospechara, soltó la mano con el puño cerrado e impactó un tremendo puñetazo en la cara del estudiante, y al que estaba interrogando en los sótanos de la Jefatura Superior de Policía.

 

-¡Joder! ¡Qué hostia le has dado! Le has roto la nariz. Sangra como un toro degollado, deja de darle… que ya está bien. ¡Me cago en la leche! No le puedes dar unas hostias tan grades a una persona que está indefensa. Lo vas a matar. ¡Es un niño, cojones! ¿No ves que es casi un niño que puede ser tu hijo o el mío?- espantado, absolutamente horrorizado, elevó suplicando la voz el inspector Francisco Iribarne.

 

-Hay que acabar para siempre con esta escoria de niñatos rojos. ¿No crees, que debemos  desarticular todas las células de estos malditos cabrones comunistas? ¿Eres tan blando que prefieres que sean ellos los que nos liquiden a nosotros, si alguna vez hacen su revolución? ¡Cojones! Hay que tener más huevos con esta hez de comunistas- contestó Paco Hernández, el Muerto.

 

-¡Basta de polladas! Esto es parte de la guerra que estamos librando contra el comunismo. El que no lo entienda así, que se mude a hacer pasaportes a los catetos que se van a Alemania- terció el inspector-jefe Fernando González.

 

-Nosotros ganamos una guerra a la barbarie roja, y no vamos a permitir que el tiempo ablande nuestra victoria ni a nosotros mismos. Todos aquellos que piensen que nos vamos a volver maricones con los rojos, a la puta calle. Nosotros defendemos el orden y la verdad, y sólo a Dios Todopoderoso y a nuestro glorioso Caudillo les debemos explicaciones. ¡Cojones! Defendemos los valores eternos del hombre frente a los maricones, los masones, los demócratas y los comunistas… Comprended que si nos ablandamos, que si jugamos a las leyes, ellos serán los que nos liquidarán a todos nosotros- se enardeció Paco Hernández  el Muerto, y aunque él no hubiera participado en la guerra civil española por no haber nacido en esa época.

 

-Se puede defender todo lo nuestro. Se debe de defender a Dios y a la Patria, pero desde los Tribunales de Orden Público. Que sean los jueces los que les condenen y los que les apliquen las penas a los enemigos de nuestra Patria- con un hilo de voz, replicó el inspector Francisco Iribarne.

 

-¡Sois la polla! Aquí se calla todo el mundo. ¿Es que vamos a practicar lo que combatimos? Aquí, en la Brigada Político-Social, no existe la maldita democracia. Aquí, en este bendito suelo que es España, hicimos una guerra que ganamos y una posterior revolución Nacional-Sindicalista para que no las píe ni Dios. Aquí, ¡cojones!, no existe nada más que Franco y nuestro Glorioso Ejército. Un ejército que ganó La Cruzada al comunismo internacional, y por eso aquí no habla ni Cristo… ¿Entendido? Y ahora, con las cosas claras como el agua, vamos a tomar café y unas copas de coñá. La noche va a ser larga, y vamos a dejar que se recupere el hijo de puta del estudiante. Cuando recobre el conocimiento y se toque la nariz, veréis como nos dice todo lo que nos interesa. Y al volver, lo haremos a mi manera: primero entra Paco y le suelta un buen par de hostias para animarlo, y luego intervengo yo en plan paternal. Eso será a la vuelta del café y las copas. ¡Eh!- bramó, dando por terminada la conversación, el inspector-jefe Fernando González.

 

Paco Hernández, el Muerto, nació después de la guerra civil española y desde su nacimiento, en una familia modesta que sólo respiraba por el corazón de Dios y de su Iglesia, y que sólo oía y veía por los oídos y los ojos del ejército, era un tipo corto de inteligencia que poseía una malaleche física enorme. Su padre, un voluntario que llegó a sargento en el ejército franquista, cuando acabó la guerra no se preocupó mucho porque su hijo no estudiara una carrera universitaria, al contrario, alzó sus preces a Dios y se alegró en el alma cuando su hijo Paco decidió hacer oposiciones al Cuerpo General de Policía, y una vez que éste acabó con mucho esfuerzo su bachillerato superior.

 

No tuvo mucha suerte en la vida Paco Hernández, el Muerto, porque nada familiar le salía bien a su familia, y también porque su malaleche era tan gigantesca que veía comunistas por todas partes. Aprobó las oposiciones con el enchufe del coronel de Ingenieros que mandaba en el cuartel donde su padre ya había llegado a teniente patatero, y lo destinaron a las Provincias Vascongadas. En el Norte profundo de misa y olla, Paco Hernández, el Muerto, pronto se distinguió por su ferocidad contra todo nacionalismo y contra la incipiente ETA, que ya había comenzado sus atentados. Trabajó a fondo policialmente y obtuvo sus primeras felicitaciones públicas y su primera medalla al mérito con distintivo blanco, lo que le creó una aureola de policía eficiente que hacía falta que volviera al Sur del país, y para que no estuviera lejos de su tierra y para que tampoco fuera carne de cañón expuesta a los peligros del Norte, los de ETA.

 

-¿El bebé sigue dormido? ¡Serán cabrones estos rojos de mierda, y que no aguantan una patada en los cojones! Paco, dale un meneo para que se despierte ya. Cuanto antes confiese, antes estará en el Juzgado de Orden Público. Solamente lo podemos tener hasta las ocho de la mañana dándole caña, después a las diez se lo debemos llevar y entregar al juez adecentado para que no se note el jarabe de palo. Ya lo tenemos más de dos días a palo limpio. Paco, no te pases, sólo unas hostias y una patada discreta en los cojones- dijo el inspector-jefe Fernando González, saliendo para su despacho.

 

-¡Despierta hijo de puta! ¡Sois nenas todos los demócratas! ¡Florecillas silvestres delicadas…! ¡Sois unos mariconazos comunistas que no tenéis lo que hay que tener… huevos! Despierta, ¡cojones!, que te vas a enterar cómo las gastamos los fascistas… Los que nos llamáis fachas… ¿No?- comenzó a golpear al estudiante Paco Hernández, el Muerto.

 

-¡González, inspector-jefe González, que lo mata! ¡Que lo ha matado! El muchacho tiene los ojos en blanco, y está desmadejado como una caña rota. Creo que no respira y no tiene pulso. Lo ha matado. ¡Joder!, lo ha matado de la paliza de antes y de la que le está dando ahora. ¡Inspector-jefe, que lo ha matado! Que ha matado al estudiante.-comenzó a dar voces el inspector Francisco Iribarne.

 

-¡Me importa un cojón! ¡Me importan tres leches! Si se ha muerto, peor para él. ¡Estos comunistas no sirven ni para recibir unas cuantas hostias! Ahora mismo le ato la correa al cuello y lo cuelgo del picaporte de la puerta para que parezca que se ha ahorcado, o lo tiro por la ventana para que se crea el juez que pretendía huir- aulló fuera de sí Paco Hernández, el Muerto.

 

Todos firmes y de uniforme. El patio de la Jefatura Superior de Policía abarrotado y de gala. Todos oían la arenga del Comisario Superior a sus subordinados. Era el día del Santo Patrón, y los distinguidos, la élite, iban a recibir sus condecoraciones. Paco Hernández, el Muerto, sudaba frío y malaleche, pero recibió su medalla y su diploma con una sonrisa de víbora de oreja a oreja.

 

-¡El deber es el deber, y la lucha contra el comunismo es nuestro alto sacrificio, nuestra obligación y nuestro deber! ¡Arriba España! ¡España debe de ser y será la reserva de los valores eternos de la civilización de Occidente- pensaba entre exaltado y alcohólico y con el vello de punta Paco Hernández, el Muerto, y cuando fue condecorado”.

 

El ciudadano perruno Igor González, ya de vuelta en su apartamento de alquiles en el Valle de Lecrín, todavía no se ha repuesto de la indignación tremenda y bestial que le ha ocasionado el increíble relato que en este día le ha contado su padre. Es espantoso. Es una aberración propia de la asesina dictadura del general Franco. Me cago en los muertos y en la puta madre de todas las dictaduras. Deberían de tomar nota los políticos que son corruptos, y para que jamás exista en España otra dictadura militar. Reflexiona mentalmente el ciudadano perruno, y mientras se bebe na cerveza sin alcohol y degusta una ensalada espléndida y republicana de tomate, pepino, cebolleta, lechuga, aceite de oliva virgen, vinagre, aceitunas rellenas de anchoas y atún blanco enlatado. La noche se ha cerrado y las estrellas están tintineando sin camisa nueva ni vieja que las cubra. Y una estrellas fugaz, es el tiempo de las Perseidas, le dice al perruno ciudadano, con su bella estela ígnea de fuego, que nunca es tiempo para los imperios que tienen caminos torcidos por antidemocráticos. Un gato maúlla en la noche todavía estival, y con claras intenciones de tener un hermoso lance amoroso con una gata en celo. El perruno sonríe al escuchar los escarceos gatunos y se acuerda perfectamente de las piernas perfectas de una señorita de veintitantos años que viajaba en el asiento de al lado cuando volvía al hogar solitario. Eran unas piernas como Dios manda: largas y con unos muslos de esos que son redondos y basálticos de las columnas dóricas de las chicas de la localidad de Padul. Dios las bendiga, aduce mentalmente el perruno, a las señoritas y a su piernas y muslos de piel suave de granito. Es lo único bueno que existe en España, las mujeres espectaculares que no me ven porque soy invisible para ellas, termina su elucubración metal el ciudadano perruno Igor González, y mientras se le escapa un suspiro gigante.

 

Publicidad

Comentarios

©Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta noticia sin autorización expresa de la dirección de ahoraGranada
Publicidad
DÍA A DÍA
Desarrollado por Neobrand
https://ahgr.es/?p=47473