martes 14 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XXV) (8-6-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XXV)

 

Hoy es un día especial en la ciudad de Granada, la patria chica del ciudadano perruno Igor González. En esta jornada solemne, día 3 de mayo de 2015, comienzan las Fiestas del Corpus. Esas bullangas corpusinas de marcado acento festoso que son anuales, y que le ponen los pelos de punta al perruno. Ni de niño le gustaban al ciudadano perruno las fiestas más grandes de la ciudad de Granada. Ni siquiera le atraían los columpios. Y de mayor, el perruno no pisaba las casetas bullangueras con sus imitaciones de la Feria de Sevilla. El ciudadano perruno Igor González, nunca tuvo la más mínima afición a las juergas del Corpus. Tampoco a sus comidas del mediodía con calores sofocantes y con más moscas de las debidas. Y el famoso polvo que levanta el aire, es porque el ferial está ubicado en la Zona Norte de la ciudad y allí la elevación del terreno es notable, lo que provoca los huracanes de polvo, dípteros incansables volando y calores agónicos. Son unos días para pasarlos fuera de Granada. En la costa mediterránea, en la montaña o en la vivienda de cada uno, pero atrincherado y sin abrirle la puerta a nadie. El perruno ya ha tomado el camino de la casa de su padre. Su padre mora solitario. Y para recibir la siempre mencionada memoria diaria de sus memorias de toda una vida. El ciudadano perruno encuentra a su progenitor como siempre, escanciando vinos a doquier y con su plato excelso de jamón alpujarreño y queso manchego. Aunque en esta jornada el padre del perruno está muy alegre. Y esto solo significa una cosa, que se le ido la mano al escanciar esos vinos tintos espirituosos tan notables que se bebe todos los días del año. Y comienza su padre con la lengua un poco panocha y con unas palabras arrastradas…

 

“Joroba Perro siempre quiso ser presentador de televisión. El primer presentador de televisión con chepa. Él decía siempre, lo aseguraba, que la televisión era como el Arca de Noé. Y porque en la televisión cogen casi todos los animales de este mundo con pareja y sin ella. Siempre llevaba un peine negro en el bolsillo trasero de su pantalón vaquero muy gastado. Un peine barato de plástico negro con algunos dientes rotos, y con el que se peinaba el horrible parral también negro que había conseguido hacerse con el crecimiento de sus escasos cabellos ralos. Un parral de cabellos con el que intentaba, a medias, taparse la oronda calva que ya poseía a pesar de que todavía no había llegado a cumplir los cuarenta años.

 

Joroba Perro era una criatura muy versátil. Un artista que dominaba bien la dialéctica, y aún a pesar de que tenía una tartamudez bastante acusada y un cierto deje muy jodido y pueblerino. Era un hombre hecho así mismo. Asistió a la escuela tan poco tiempo como Cojo Dios y Manco Tijeras. Y dejó la enseñanza al mismo tiempo que ellos. En su vida vivida hasta ahora, Joroba Perro sólo leyó un  libro, pero que memorizó muy bien. Y del que repetía algunos pasajes con mucho desparpajo cuando a él le interesaba. Joroba Perro se mofaba terriblemente de sí mismo. Y decía que el libro era la vuelta al mundo en dos días, pero que en realidad era ‘La vuelta al mundo en 80 días’, de Julio Verne.

-Yo con mucha pasta, daba la vuelta al mundo en menos días, y con mi giba. Y además,  todos los días borracho con una melopea del copón- solía decirles, muerto de la risa, a Cojo Dios y a Manco Tijeras.

 

Joroba Perro era miope y astigmático. Y portaba unas gafas metálicas con unos cristales de culo de vaso. Y su visión era como si mirara por los anteojos del periscopio de un submarino. Él fue el primero que se casó. Y lo hizo con Azucena, la niña mayor del sepulturero del pueblo. Una mujer muy de su casa, y que sólo pesaba ciento treinta y seis kilogramos sin bragas ni sujetador. Tuvo tres hijos, dos varones y una niña, tres angelotes que ni ellos consiguieron que Joroba Perro, alguna vez, pensara en positivo y con la responsabilidad que dan los hijos. Joroba Perro, al igual que sus amigos Cojo Dios y Manco Tijeras, todos los días cogía una curda de campeonato. -Mi niña vestida de encajes, mis niños de tergal, una flor en blanco y dos gorriones en marrón- era la muletilla que siempre recitaba de sus hijos en sus monstruosas borracheras.

 

Aquel día, ya entrada la noche y con una cogorza de reconocido calibre, Joroba Perro le dijo a sus inseparables amigos, Cojo Dios y Manco Tijeras, que ya era el tiempo preciso de empezar a extorsionar al silencio. Que también era el momento oportuno de dar un buen golpe delictivo para poderse financiar en su andadura de extorsionar al silencio, y que había pensado en robarle los dientes de oro a todos los muertos del cementerio del pueblo. -Con la muerte de mi suegro, Manolo el Sepulturero, el Campo Santo está como abandonado y descuidado. Nadie va a notar que alguna tumba o algún nicho están desarreglados, y ya que el descuido es total en el cementerio- les dijo a sus compinches. -Eso no está nada de mal pensado. Podemos aligerar a los muertos de sus metales preciosos. Ellos no lo van a notar, y con el desbarajuste del cementerio, los vivos tampoco- Alegó Cojo Dios. -Sí, sí... Alguno de los muertos lo habrán enterrados con sortijas y medallas de oro. Y se las aliviamos. Y móviles ¿Quién nos dice que a algunos de los ocisos no los han enterrado con ellos y para ponerse en contacto sus familiares con ellos en el Más Allá...? - saltó Manco Tijeras, que era al que más le gustaba afanar lo ajeno. -¡Que listo eres Manco Tijeras! Se nota que eres un hombre leído... -Tronó Cojo Dios con su terrible vozarrón de bajo coral.

 

No llegaron a dar el golpe en el cementerio del pueblo. Debieron de aplazarlo por la enfermedad de Manco Tijeras. Y cuando éste murió por la cirrosis hepática, durante año y medio estuvieron bebiendo sin parar. Las borracheras de Cojo Dios y de Joroba Perro... Inconmensurables. Tremendas y terroríficas. Muy sonadas. Y después de este año y medio de locura alcohólica, se decidieron a asaltar en cementerio.

 

Margarita y Azucena, esposas respectivas de Cojo Dios y Joroba Perro, visitan a sus maridos en el Penal del Estado. Les llevan chocolate sin leche y galletas caseras de avena y miel. Ellos están delgados, enjutos y tostados de piel. Sólo le han caído cuatro años y un día de prisión. Se están desintoxicando del alcohol y de otras drogas tan peligrosas como el alcohol. Y preparándose para examinarse de la ESO para mayores de edad. Argumentan los psicólogos y los médicos titulares del penal del Estado, que van por buen camino para reinsertarse plenamente en la sociedad. Una sociedad que los acogerá, con toda seguridad, con los brazos abiertos cuando cumplan sus penas. Aunque Margarita y Azucena, sus esposas, ya están rezando y temblando de miedo, desconfianza y desesperación”.

 

El ciudadano perruno Igor González, ya en su apartamento de alquiler y en pijama corto porque el calor aprieta como pene de novio que se está cepillando fogoso y calentón a su novia todavía con una vagina estrecha y casi primeriza, se muere de la risa, se parte la espina dorsal riendo, cuando ahora está rememorando el relato que hoy su padre le ha servido. El ciudadano perruno cree, a pie juntillas, que los tres increíbles relatos que le ha relatado su padre y que  forman la trilogía de Manco Tijeras, Cojo Dios y Joroba Perro, son inventados, ex profeso, por la imaginación de su progenitor y que no forman parte de algo que verdaderamente ocurrió alguna vez. El perruno cada día cree que su padre es un fabulista excepcional que le cuenta cuentos que él imagina en sus largas soledades. Y esto tiene mucho valor literario para el perruno, y ya que certifica que su padre es un creador nato que fabula historias como el que hace churros o fríe patatas inglesas.

 

En esta tarde noche en la que las luces solares se van apagando lentamente para dar paso a otra nueva noche sin luna, el ciudadano perruno se distrae recordando a una ex amante., la que poseía un millón de pecas en los pómulos de su cara de niña más guapa que todas las vírgenes juntas del Oráculo de Delfos. Ahora mismo, el perruno ciudadano con los ojos cerrados, la está visionando y rememorando totalmente desnuda. Y con sus carnes más prietas que el basalto magmático. Estaba siempre desnuda para comérsela a besos… Y muy despacio. Y también para hacer el amor con ella durante mil noches sin descanso. Cuando el perruno ciudadano vivía con ella, ambos estaban en ese estadio temporal en el que copular varias veces al día era algo que podían asumir sus organismos físicos y sus mentes. Y ya que su libido, el de ambos, era el de las personas que todavía no han llegado a cumplir los treinta años de edad. Bestial. Incansable. En la soledad actual del perruno, el ciudadano vive más solo que una piedra lisa en un camino perdido a la nada solemne, esos bellos recuerdos sexuales lo llevan a echarla de menos, a añorarla porque con ella vivió maravillosas aventuras sexuales, aunque el ciudadano ahora ya no cree en el amor. Y argumenta el ciudadano perruno Igor González, lo leyó en un libro de Juan Luis Borges, que “los hombres cuando cumplen cincuenta años se hacen invisibles para las mujeres”, Y sobre todo para las mujeres jóvenes que están esplendorosas de físico y con una vida sexual desbocada. La ex amante del perruno, que también tenía un sexo de agua y miel, besaba como nadie. Esto es lo que al menos, lo que le parecía al ciudadano.

 

Ha caído totalmente la noche. Y el ciudadano perruno todavía evoca a las mujeres, las de pecas deslumbrantes y pechos abarcables. Y con unos culos redondeados con la forma de una pera marmórea, esos que eran originarios de allá Cartago. Unos culos totalmente cartagineses. Y que están sujetos a la tierra viva por dos piernas esbeltas con unos muslos en los que una cabeza de varón pueda perderse en busca de un dulce sexo, ese sexo más secreto que está guardado entre ellos. El perruno se relame y se acuerda de estos sexos acuosos tan dulce como la miel de abeja. Y deja de rememorar. Y ya que se está poniendo a mil por hora. No desea el perruno coger un calentón. Ni que su vecina de enfrente lo oiga suspirar con suspiros sonoros. Ya es hora de volver adentro de su apartamento de alquiler y cenar. El perruno se acuesta temprano y se levanta muy pronto. Y además, los evocos deben de ser cortos para no agotar los recuerdos. Una duda le asalta al perruno… ¿Y ellas también se acordarán de aquellos coitos inmensos y de aquellas batallas sexuales cuasi infinitas con el perruno ciudadano? Sin duda alguna, el ciudadano perruno es un cabronazo. Un pájaro que liba de los amores imposibles.

 

 

 

 

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