viernes 17 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XXXIX) (27-7-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XXXIX)

 

Al ciudadano perruno Igor González, de improviso y sin que él lo esperase, le ha salido un nuevo trabajo. Lo han llamado de una editorial de postín, una de esas que edita todos los libros exitosos, y para proponerle que escriba una nueva novela sobre la azarosa vida de los periodistas que trabajan por su cuenta. Un novelón largo sobre los freelance. Esos periodistas locos que son solteros y jóvenes. Y que no trabajan para ningún medio de comunicación. Esos periodistas orates que van por libres y que no están sometidos a las presiones y malabarismos de las empresas de comunicación. El perruno ciudadano está feliz. Camina sosegado, sereno y tranquilo para reunirse con su padre. Un nuevo relato de su progenitor le aguarda. Y seguro que será increíble y de una belleza lingüística que no deja indiferente a nadie de los lectores que se acercan a leer un estilo nuevo de relatar que no es nada convencional. El perruno ama a su padre. Y reconoce que es un enorme y excelente cuentista de cosas y situaciones inverosímiles. Ahora en la actualidad el ciudadano perruno lo ama y lo comprende. Aunque no ha sido así en todos los tiempos. Durante muchos años, quizá demasiados años, el ciudadano perruno y su padre no se dirigieron la palabra ni se vieron. Ahora ambos lo lamentan y hacen lo posible para que nunca más se produzca un hecho tan lamentable. Ahora recuperan el tiempo perdido y el amor filio paternal que tantos años dejó de producirse entre ellos dos. El padre del perruno es muy conservador. El perruno ciudadano es bastante progresista. Es marxista. Y ahora van por el buen camino de respetarse. Un padre puede ser conservador y su hijo puede ser comunista. Y ambos estados políticos, sociales, culturales y económicos no tienen porque entorpecer su amor de padre y de hijo.

 

La casa del padre del ciudadano perruno Igor González, es un vivero vivo de recuerdos ya vividos. Es como una hemeroteca de vivencias que sobrevuelan por las habitaciones de un carmen alhambrino que está coronado por un gallo. Es una mansión con cerca de 50 habitaciones y con un jardín enorme. Pinos viejos con muchos años. Parras ancianas con enormes troncos enroscados. Un laurel que lo partió la caída de un rayo. Y algunos árboles frutales de nuevo cuño que surten de frutas al progenitor del ciudadano perruno. Y dos piscinas, una de baño y la otra de riego. Y bambú al lado de las escaleras de agua. Y unas vistas del panorama de la ciudad de Granada y de toda su Área Metropolitana. Y sin olvidarse de Sierra Nevada, esa que blanca longa que aflora nívea en la lejanía de los inviernos granadinos. Y el cielo celeste que cubre a Granada como un manto azulino que hubiese sido pintado por el pincel de Murillo en azul o por el de Pablo Picasso en aguamarina tornasolada. La casa del padre del perruno es un crisol de colores y de olores de unos tiempos otrora que ya han pasado a la intrahistoria de una ciudad que es mitad paisaje y mitad monumentalidad. Granada es una ergástula que atrae viajeros de todas las latitudes. Es una ciudad que encandila los ojos más críticos con la belleza.

 

El padre del ciudadano perruno Igor González, en pantalón corto y con una camisa que lleva suelta de floripondios floridos, lo recibe en su casa sin grandes alharacas. Ambos son parcos en besos y abrazos. Aunque el progenitor del perruno le ofrece un vaso de esa sangría que al ciudadano perruno no le agrada en demasía. El perruno es abstemio y no prueba ni una sola gota de alcohol. Aunque su padre no se lo toma a mal. El padre del perruno ciudadano siempre argumenta que los tipos que no beben buen vino no son nada de fiar. Y su padre le dice al ciudadano perruno que le va a contar el relato de hoy, y que se va a sorprender…

 

“Sentí que el mundo de mi casa solitaria me ahogaba, y decidí salir a la calle. Había estado toda la mañana ordenando mi colección de mujeres olvidadas. Mis amores y desamores. Aquellas mujeres que habían dejado en mí alguna huella o algún recuerdo. Le limpié con agua la cara a mi primer amor, aquella mujer que me dejó por otro más rico que yo. Le lavé la cara sutilmente con mimo exquisito y se la sequé con un pañuelo de hilo marrón. Luego cogí a mi segundo amor y le puse unas bragas nuevas. La que le quité, ya olían a cloaca vaginal. A mi tercer amor, primorosa mujer que jamás me hizo el menor caso, le puse un colirio en sus ojos azules. Los tenía rojos y llorosos de tanto amar al hombre por el que nunca me hizo el menor caso. Excelente colección de tres amores. La que cuido con un gran esmero. Y que la cuido así, para no olvidarlas a las tres.

 

Ahora me voy a dedicar, lo he decidido así, a coleccionar mujeres que sean tangibles. Una hermosa colección de mujeres a las que pueda tocar en un día y copular en tres o cuatro, y a las tres o cuatro jornadas olvidarlas por otras. Siempre he sentido un placer enorme por coleccionar cosas, libros o cuadros, pero ahora me he dado cuenta que coleccionar mujeres para olvidarlas de inmediato, es excitante porque es lo que siempre ellas han hecho conmigo. Les devolveré la situación, pero sin rencor alguno. Sin ideas subversivas o asesinas. Sin tremendismos. Sin hurgar en las heridas. No seré un hijo de la gran puta emocional ni un tipo amoroso canalla ni un asesino terrorista del amor.

 

Al salir de mi casa, ¡qué espectáculo!, la calle era totalmente azul. Los árboles azules. Los semáforos azules. Los automóviles azules. Los edificios azules. Los autobuses azules. Las gentes azules. Hasta los vencejos, los gorriones y las palomas eran azules. Y yo, dando el contraste de un rojo tan rojo como la sangre. Parecía que todo y toda la ciudad era una sucursal propia de un partido muy conservador.

 

Y me sentí incómodo. Observé a las gentes con recelo. Y porque ellas me miraban a mí con recelo. Y como estaba tan excitado por ser diferente a los demás, horrorizado corrí a un establecimiento para comprar pintura azul. Y me pinté de azul. Pero como yo era de un rojo subido, el nuevo color que salió era morado. Y me horroricé aún más.

 

-¿Pensarán que soy un alienígena?, me dije.

 

-Aquella mujer es morada. No es azul. Es como yo, roja que se ha embadurnado con pintura azul. Es bellísima. Con ella creo que es con la que voy a empezar mi colección de nueva mujeres. Una maravillosa colección. Un repertorio o muestrario femenino, me volví a decir a mí mismo.

 

No tengo solución alguna. Ella, la mujer morada que se pintó en azul porque es roja originaria, me ha coleccionado a mí. No tengo solución con las mujeres. Y creo con toda sinceridad, que lo mío es coleccionar libros o cuadros. O conchas marinas. Otra mujer que me ha dejado por otro. Por un tipo guapo azul. Un modelo de pasarela que conduce un coche deportivo de gama alta que está pintado de color azul añil o índigo”.

 

El ciudadano perruno se abanica con el airecillo serrano que circula en la terraza del apartamento de alquiler que ocupa en un pueblecito pequeño del Valle de Lecrin. Ya llegó al terruño después de haber estado en la casa alhambrina de su progenitor, y después de haber recibido el relato maravilloso de su padre. Un relato simple con el que su padre le ha contado la historia de un tipo al que las mujeres lo puntearon cosa fina y elegante. El perruno escucha el arrullo de las tórtolas. Los gritos de los vencejos. El piar de los gorriones bebé que le solicitan comida a sus padres. Es esta una tarde seca más de calor insoportable. Aunque el ciudadano perruno se está bebiendo una botella de agua helada. Y que le enfría también las ideas. Al perruno dos mujeres también lo putearon con dos matrimonios fallidos. Pero esto es otra historia que no tiene mayor importancia, y de la que el ciudadano solo recuerda los buenos ratos y los coitos esplendorosos que realizó con dos damas de mármol asiático plantadas ahora como dos columnas de un templo griego o romano. El perruno no tiene rencor guardado en el fondo de su corazón ni en sus neuronas ni en sus cojones molineros. El ciudadano es feliz con la libertad de él y de su sombra esquiva. Ahora el perruno cose rotos, rajados, putas miserias y tristes entuertos. Es un hombre libre al que nadie lo putea. La coacción del sexo femenino ya no le afecta. El ciudadano perruno vive sexualmente de ojear a las mujeres y de aquellos contactos esporádicos con ellas que no dejan huella alguna. Es muy difícil y complicada la convivencia con las damas, y porque las damas aprietan como las sogas de cáñamo, esas que sirven, entre otras cosas, para ahorcar los cuellos de los varones. Algo que no le gustó experimentarlo al perruno, y ya que los cuellos ahorcados se quedan como algo torcidos y desmadejados. El perruno siente una gran admiración por las damas, esas que son inteligentes y pragmáticas. Aunque ahora prefiere verlas de lejos y no de muy cerca.

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