martes 14 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El hombre apolítico) (14-10-2014)

El hombre apolítico

Desde que aquel hombre declaró que era apolítico, su vida cambió drásticamente. Y porque todo lo existente en aquella sociedad se revolvió contra él. Perdió su empleo y no volvió a encontrar otro trabajo. Su mujer lo abandonó por otro hombre que era una perfección políticamente correcta. Sus hijos dejaron de hablarle y de verlo. Y todos sus amigos le dieron la espalda. El hombre en un principio sopesó suicidarse, pero después pensó con valentía que no debía de morir por una causa injusta. Que había que seguir viviendo para hacerle cara y luchar a brazo partido contra esa sociedad tan terrible que lo marginaba porque no deseaba ser un hombre político que está sujeto a la doble moral y ética de las mujeres y hombres públicos de las formaciones políticas tan poderosas.

-No todas las personas tienen que ser animales políticos. Yo no soy un animal. No. Y la cascada ingente, la que no cesa de corrupciones políticas porque es ilimitada, me hace reflexionar sobre si merece la pena ser cómplice de las formaciones políticas corruptas. Los políticos y sus ideologías políticas no me interesan. Existen demasiados políticos corruptos. Y también son deleznables los que no lo son, pero que conviven a diario con los que sí lo son. A los políticos corruptos los expulsan de los partidos políticos cuando son denunciados y enjuiciados, pero si no se dan estas dos circunstancias no lo son y continúan ejerciendo sus funciones políticas- razonaba este hombre apolítico para sus adentros en el interior de la cueva en la que se había refugiado para no estar tirado en mitad de una calle o en el desabrigo de un campo existente al lado de aquella ciudad en la que todos los ciudadanos vivían hacinados con las ideologías políticas imperantes.

Pero al final el hombre, absolutamente hambriento porque la sociedad imperante se lo negaba todo, no tuvo más remedio que empezar a comerse partes de su cuerpo. Empezó por cortarse algún dedo de los pies, pensó que podía caminar sin algunos dedos. Y luego más tarde se cortó las dos orejas para devorarlas. Posteriormente, fue y se cortó el brazo izquierdo porque era el que menos le servía porque hacía pocas cosas con él. Aunque finalmente, ya perdida la razón y el equilibrio intelectual, se tiró rodando por uno de los enormes precipicios que por allí existían. Nadie solicitó su cuerpo fallecido y mutilado. Fue incinerado. Y sus tristes cenizas fueron esparcidas como abono de los árboles del jardín del médico que certificó su muerte. Nadie se conmovió. Nadie se apiadó de él. Y nadie reflexionó si se debía hacer una revolución cruenta que acabase con los políticos.

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