Por la igualdad real entre hombres y mujeres
Si todavía hoy, bien entrado ya el Siglo XXI, seguimos hablando de los derechos de las mujeres como realidad diferenciada, es porque persiste la desigualdad estructural que históricamente vienen padeciendo en todo el mundo. Así es incluso, sorprendentemente, en las sociedades democráticas tenidas por más avanzadas. El hecho de tener que argumentar sin cesar sobre esta cuestión resulta en sí mismo paradójico, una vez asumido que la posición de todas las personas debería ser de radical igualdad desde el plano de la dignidad intrínseca a todas ellas, verdadera “premisa cultural antropológica” de nuestras sociedades y de nuestro sistema democrático de convivencia, de acuerdo con Peter Häberle.
Pese a que la mayoría social toma esta verdad como evidente por sí misma (al menos teóricamente) la cuestión es que la desigualdad con la que tienen que vivir las mujeres continua tozudamente existiendo con crudeza. Así es aunque esté reconocida como hecho a superar definitivamente por las normas de derechos humanos, por las mismas constituciones y por un amplio número de disposiciones legales y otros instrumentos. El reconocimiento de esta disparidad inaceptable entre la realidad jurídica y la social llama a continuar la lucha, redoblando los esfuerzos para nuevas conquistas en igualdad. Es fundamental afianzarlas, sobre todo en la conciencia social a través de la educación y otros medios de socialización, pues de otra manera nunca erradicaríamos la desigualdad y la discriminación.
Tenemos que ser conscientes de que son los propios cimientos antropológicos de la sociedad occidental, pese a sus proclamas igualitarias, los que siguen estando todavía impregnados de la desvalorización de la mujer. Por esta causa se reproduce una y otra vez la atribución de una real posición de inferioridad para ellas prácticamente en todos los ámbitos. Sin embargo, es verdad que la igualdad continua poco a poco aflorando entre una tupida maraña de intereses y tratos discriminatorios, siempre disfrazados en justificaciones, estereotipos y prejuicios subliminales. Tenemos el imperativo moral y democrático de sacarlos a la luz, desenmascararlos y romperlos. Los hombres, desde la igualdad, con igualdad y para la igualdad, también tenemos que sentir y hacer nuestra esta lucha.
Los indudables avances que se han producido con el Estado constitucional de Derecho no impiden que continúen existiendo poderosas resistencias al cambio y que la desigualdad persista y se siga alimentando a sí misma en numerosos ámbitos,bien por el establecimiento de limitaciones o condicionantes de manera directa o indirecta, bien por dificultades provocadas por motivaciones económicas, sociales o culturales. Así ocurre en el trabajo, en la carrera profesional y en la remuneración, en el ámbito doméstico, en la vida política, en la educación, en el mundo de la cultura... Pero sobre todo en la pervivencia del machismo y la negra lacra de la violencia de género, su terrible consecuencia.
No nos engañemos. La lucha por la igualdad de los derechos de las mujeres, larga e intensa, siempre continuada como dijera Emilia Pardo Bazán solo con la palabra, el libro y el instinto de justicia, se sigue manifestando en la realidad actual como un ineludible imperativo, a pesar de los reconocimientos constitucionales y legales y de las indudables conquistas que estos han hecho posible. La desigualdad de la mujer sigue instalada con hiriente intensidad incluso en los más avanzados Estados democráticos, como lo es el nuestro. Así las cosas, esta lucha constituye una de las cuestiones centrales y de mayor potencial transformador en el presente momento de cambio y evolución de nuestras sociedades. Conviene recordarlo así cuando este 8 de marzo celebramos, una vez más, el día internacional de la mujer y muchas personas nos manifestamos por sus derechos, por su dignidad y por la igualdad entre hombres y mujeres.
Gregorio Cámara Villar
Catedrático de Derecho Constitucional y Diputado socialista del Congreso por Granada
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