miércoles 15 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González IX) (10-4-2015)

El ciudadano perruno Igor González (IX)

 

Hace un calor desacostumbrado y sofocante para ser los principios de la primavera. El calor de estos días se parece al del verano. Las ropas invernales han dado paso a las del estío, aunque todavía al frío no hay que darlo por pasado. Y ya que los meteorólogos de la televisión avisan que hasta el 40 de Mayo no hay que quitarse el sayo. El cambio del clima es una realidad, y el ciudadano perruno Igor González todavía no ha guardado los ropajes gruesos de lana, los anoraks, las chaquetas de piel, los guantes y las bufandas. Sabe el perruno que los hombres y mujeres del tiempo no mienten. El perruno ha salido de su trabajo periodístico, el día a sido complicado por la cantidad de corruptos políticos que existen en España, y se encamina a tomarse unas cervezas sin alcohol y unas tapas reparadoras de su hambre canina. Las terrazas al aire libre de los bares y cafeterías están totalmente ocupadas por los variados foráneos que visitan la ciudad y por los autóctonos que vacacionan o que están en ese tiempo en el que toma el refrigerio o la comida para después seguir laborando. El perruno observa la rubia cerveza y recuerda que a su padre no le gustaba en absoluto. Su progenitor era hombre de vinos tintos potentes. Aunque tampoco desdeñaba los vinos blancos recios. Y que siempre los acompañaba con quesos manchegos y con lonchas de jamón serrano de la Alpujarra cortadas muy finas por las manos expertas. Hay chicas preciosas por los alrededores, por todas las mesas, pero el ciudadano perruno Igor González solo está concentrado en una tapa de rica morcilla de cerdo con tomate frito y la refrescante cerveza. Aunque comienza a recordar más relatos que le refirió su padre en una tarde de tormenta bestial de nieve, y a la vera de la amiga chimenea del salón de la casa que estaba en el campo…

 

“Todos los días del verano jugábamos desenfrenadamente, mi hermana Carmen y yo. Mi hermana tenía el pelo corto rizado y muy rubio. Y sus ojos grandes eran de un color verde espectacular. Era casi más alta que yo. Y sus piernas parecían dos palillos largos llenos de un vello trigal ralo. Se reía mucho. Era traviesa y osada, pero no tenía maldad alguna conmigo. Y su agilidad, un portento subiéndose a los árboles. Yo no tenía el tremendo valor de mi hermana. Mis miedos siempre me salían antes las adversidades que se presentaban al jugar, algo que no le pasaba a mi hermana Carmen. Yo sentía mucho miedo con las pequeñas culebras que estaban en el río que pasaba por medio de las tierras del Molino del Contador, pero mi hermana las cogía como si nada le asustara de ellas. Dejaba que se le enroscaran en sus manos y muñecas, y luego se las metía en los bolsillos amplios de su vestido floreado sin mangas. Íbamos sin zapatillas. Yo con un pantalón corto. Y siempre fui incapaz de meterme una culebra en un bolsillo. Mi hermana me decía miedoso, pero yo no soportaba la sensación fría de las culebras, su movilidad, y aunque algunas eran bellísimas con unos colores muy vivos y vistosos.

 

A mi hermana Carmen le gustaban mucho las moras dulces de los zarzales, estaban en las riberas del río. A los pájaros también les gustaban, sobre todo a los gorriones. Y allí se encaramaban otras culebras que no eran de agua y mucho más grandes y gordas para atraparlos y engullirlos. Mi hermana igualmente las cogía, y yo me horrorizaba al verlas en sus manos y muñecas enroscadas, y con sus ojos fijos vidriosos y de una frialdad que me asustaba aún más. Mi hermana Carmen se reía de mí. Y me decía a voces que era un cagón. Yo lo era. Sí era un cagón que no soportaba la visión de las culebras tan blancas amarillentas por debajo, por la parte escamosa con la que se arrastran. Sí, me cagaba de miedo.

 

Aquel día del verano feroz y canicular, muy temprano bajamos al río sin zapatillas. Nos fuimos en bañador. Nos habían hecho una poza grande con piedras e hierbas, y para que nos bañáramos en ella. Ya tan temprano hacía un calor enorme. Las ranas verdosas con rayas marrones saltaban al agua del río cuando nosotros pasábamos hacia la poza. Y los pájaros, ruiseñores y jilgueros, estaban cantando como si nuestra presencia no fuera con ellos. Estaban en las partes altas de los árboles. Chopos y mimbres que caían sus ramas al agua del río. Era un día precioso, y en el que nos sentíamos muy felices. Habíamos desayunado tostadas de mantequilla con leche chocolatada, y después nos habían dado dos caramelos a cada uno. Mi hermana me guiño uno de sus ojos verdes, el derecho tan precioso como el izquierdo, y me enseñó que a ella le habían dado tres caramelos. Ha sido porque ayer por la tarde recé el rosario con la abuela Rosario, la madre de mi madre, y Tata María. A ti como no te gusta rezar, sólo te han dado dos caramelos. Aprende a rezar, y te darán tres caramelos, me dijo mi hermana Carmen, y mientras saltaba entre las piedras verdines por las algas del río.

 

Tener mucho cuidado de no subiros del río a vuestra casa muy tarde, va a estallar la tormenta dentro de muy poco, nos dijo José, el de las Vacas. José, el de las Vacas, tenía una enorme vaquería en una la finca cercana al Molino del Contador, y de tormentas sabía bastante. Toda la vida cuidando a las vacas, y soportando tormentas veraniegas. Empezó a chispear gruesas gotas, y salimos por piernas cuesta arriba. Los herrerillos cantaban anunciando el agua. Llovió con ganas. Y a la mañana siguiente, cuando bajamos al río, la poza ya no existía. El agua fue una ferocidad toda la tarde y toda la noche. En la ciudad se anegaron calles y plazas, y el río se llevó por delante un puente. Llovió como cuando enterraron al ciudadano Zafra, nos dijo nuestro abuelo materno Juan. Nos volvieron a construir la poza, y estuvimos bañándonos en ella todo lo que restaba del verano. Aunque más tormentas nos echaron para la ciudad. Ya era septiembre, y los membrillos estaban muy pajizos y con botanas negruzcas producidas por los malsanos gusanos.

 

Mi hermana Carmen siempre fue una niña. Una niña grande incluso cuando se hizo una mujer despampanante que sobresalía por encima de casi todas las féminas por su gran belleza. Cantó siempre muy bien. Era mentirosa compulsiva sin maldad alguna. Y su marido la dejó, porque ella tenía más personalidad que él. Ahora mismo está guapa con avaricia, y sus piernas siguen siendo muy largas y esbeltas. Ya es abuela. No usa gafas por la calle, ella sabe que tiene unos ojos verdes espléndidos. Es la más austriaca de mis hermanos. Carmen, mi hermana, siempre será para mí aquella niña que jugaba conmigo a todo lo imaginable. Y que me enseño muchas cosas sobre la valentía y el arrojo que hay que tener en la vida. Yo le enseñaba, que era su compañero de juegos. Siempre me quiso a su manera, y yo ahora me carcajeo de lo bien que sabía mentir con astucia europea. Mi hermana Carmen, fue una gran enfermera. Ahora lee y juega a la lotería. Me dice riendo, que cuando le toque un buen premio, ya no tendré que trabajar”.

 

El perruno ciudadano Igor González ha dado buena cuenta de tres cervezas sin alcohol con sus correspondientes tapas. Es una costumbre que viene de lejos, lo de las tapas en la ciudad de Granada y en las localidades y pueblos de su provincia, y ha comenzado a recoger velas para volver al periódico en el que trabaja como redactor, entrevistador  y articulista de opinión. El perruno se siente satisfecho con su profesión. Aunque siempre está cabreado con la vida pública española. Cuando joven luchó en el instituto contra la dictadura franquista, pero ahora lucha a diario contra la dictadura democrática que ha impuesto el bipartidismo político de la derecha conservadora y de la socialdemocracia también conservadora en España. Y que se traduce en una terrible y malsana corrupción política generalizada en todo en Estado de las Autonomías. Y que también alcanza de llenos a los ayuntamientos y empresas públicas. El ciudadano perruno no se siente con deseos de abandonar la lucha, al revés, se nota fortalecido para a diario estableces una encarnizada batalla a los políticos corruptos y a los empresarios también corruptos. Y se siente gratificado por su labor periodística porque observa que la ciudadanía lo lee con el cariño que debe de tenerle los lectores a todos aquellos profesionales que se dejan la piel por realizar el periodismo de calidad en el que primen las libertades, la objetividad, la deontología, el pluralismo y la independencia. El perruno levanta la vista y se encamina a su trabajo. Una mujer bella le sonríe, pero él ya está curado de mujeres sonrientes y de damas en estado de necesidad imperiosa. Él ahora solo se debe a sus hijos y a su trabajo como orate periodista y como un loco escritor que publica prosa y poesía prolíficamente. La tarde muerde de calor. Aúlla de bochorno. Aunque unas nubes verticales se pueden ver al fondo último del paisaje sobre los picos todavía nevados de Sierra Nevada. Y unos truenos roncos y lejanos anuncian trompeta la tormenta serrana.

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