sábado 18 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XXVII) (15-6-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XXVII)

 

El ciudadano perruno Igor González, se ha quedado con la boca tan abierta como el portón abierto de par en par de un convento de monjas de clausura. Su padre le ha relatado una historia que es absolutamente increíble, y aunque él asegura que es real porque le pasó a un conocido suyo que es político conservador electo. Alcalde de una ciudad mediana de España. El perruno ciudadano le ha dicho a su padre que no le tome el pelo, pero su progenitor le ha asegurado que no miente ni se ha inventado nada de su cosecha imaginativa. Aunque el perruno no está muy seguro porque todo el relato parece un puro despropósito. Algo irreal. Estas cosas no les pasan ni a los políticos, y por muy corruptos que sean. El perruno está ofuscado, y porque cree que su padre se está mofando de los políticos y de él con este relato tan increíble. El perruno no da crédito de lo que empezó a relatarle su padre…

 

“Había salido con el perro a darle su paseo matinal. Mi reloj marcaba las cuatro horas y cuarenta y cinco minutos de la madrugada de aquella noche cuajada de estrellas. Sólo se oían algunos perros ladrando en la lejanía. El viento aullaba. Las ramas de los árboles cantaban sus melodías arbóreas. Chocó en la atmósfera un meteorito que vino de la lejanía celeste, que cayó desde ese desierto poblado de astros blancos que a estas horas era más negro que el sobaco de un primate. Y pedí un deseo. Esta es la costumbre. Solicité que a mis hijos nunca les pasara nada desagradable ni pernicioso. Que tuviesen suerte en esta vida. Y me puse contento como unas sonajas para un bebé. Empezaba bien el día. Ya aclaraba la madrugada. Y nada me importunaba en esos momentos. El paseo con el perro era placentero y solitario. Aunque de pronto, oí unos ruidos de voces extrañas. Era una conversación en un idioma desconocido para mí. No observé a los que hablaban tan cerca de mí. Me puse en guardia. Y por si tenía que salir corriendo o entrar en disputa, en combate. Sentí miedo, pero me sobrepuse pronto y no salí corriendo.

 

Mi abuelo materno siempre me dijo que existía una mona con los ojos azules. Y que según fuesen los niños de buenos o de malos, jugaba con ellos o se los llevaba a su hábitat lejano en los bosques que eran recónditos e intrincados. Cosas de mi abuelo materno. Sin embargo mi abuela paterna que era mitad austriaca, cocinaba un arroz caldoso que quitaba el sentido convirtiéndolo en un juego de seres fantásticos de otros bosques más amables para los niños. Un arroz con caldo que con una cuchara en ristre, yo me sentía uno de esos seres de los bosques maravillosos para criaturas menores. Cosas culinarias que sabía cocinar mi abuela. Esto era exactamente lo que yo iba pensando, al oír los extraños ruidos y la conversación tan ininteligible para mí, en los arroces de mi abuela. Aunque me pusieron en guardia. Y por si algunos extraños seres me atacaban o simplemente alteraban la paz de mi paseo perruno matinal antes del amanecer, ese día por ahora ya menos oscuro que el pelaje de la mona de ojos azules, y que me relataba mi abuelo materno. Quizá tenía miedo, un miedo acojonante y real.

 

-¿A ver si la mona de ojos azules está por ahí... y la jodemos?- me dije a mí mismo en voz alta para que me oyeran, y también para darme algo de ánimo a mí mismo.

-Somos alienígenas, pero venimos en son de paz y en viaje de exploración científica para conocer la vida tan maravillosa de este planeta. Yo soy Ojo Negro, y esta es mi compañera sentimental Iris Opaco. Somos del planeta Culox, un astro de más allá de la Vía Láctea. Y no somos guerreros, somos científicos- me dijo una voz en mi mismo idioma, y tan dulce y gustoso como cuando uno se rasca el esfínter del recto porque le pica algo más de la cuenta.

 

-Pues yo soy un político en este planeta, un hombre público, y estoy paseando a mi perro. Es este animal que llevo atado a la cadena para que mee y cague en dónde yo deseo. Se llama Demócrata, al perro me refiero, y no a mí. Y ya que yo me llamo Corrupto, un nombre bastante extendido en este mundo azul y verde que estamos dejando morado. Ya se habrán dado ustedes cuenta, ya se habrán ustedes percatado porque son científicos galácticos llegados, supongo, de una fantástica civilización más avanzada que esta que poseemos en la Tierra, este planeta que nos estamos cargando. Este planeta se llama Tierra, no ven ustedes cuánta tierra hay en estos campos... Pues por eso se llama Tierra, porque hay mucha tierra en él. Aunque también se podría haber llamado Agua, y porque existe más agua que tierra- les dije yo a los alienígenas, y sopesando si me habían entendido.

 

-En nuestro planeta Culox, no hay ni tierra ni agua, sólo existen gases. Y existimos dos clases de criaturas, nosotros los Científicos que somos la clase social dominante, y los Callos que son los que trabajan para nosotros en todas las labores que no son científicas. Y somos pacíficos con la forma de la flor de la coliflor. ¡Ah! Y en nuestro planeta no existe la clase social de los guerreros, eso ya lo superamos hace miles de años- me contestó Ojo Negro, y ya que Iris Opaco no abrió la boca en ningún momento, sólo se limitaba a observarme con sus ojos negros y asimétricos.

 

-Bueno, pues tanto gusto en conocerlos. Si necesitan algo de mí, a su entera disposición- le volví a decir yo.

 

-Ha sido un placer conocerlo, pero no creo que ni usted ni nadie de su raza, nos puedan ayudar en nada... Le vemos a usted muy primitivo... Son ustedes de un gran valor, pero para analfabetos galácticos. Vamos a volar en nuestra nave a otros planetas, y para constatar sí existen inteligencias parecidas a la nuestra... O más avanzadas. Vuelvo a repetirle que ha sido un gran placer conocerlo, tiene usted cara de billete de curso legal, esas cosas monetarias en papel que nosotros también erradicamos hace ya miles de años de nuestra civilización y de nuestras vidas. A las monedas también las suprimimos- volvió a decirme Ojo Negro, y mientras Iris Opaco me sonreía con algo de desprecio en su rostro de coliflor.

Tiene narices la cosa, hoy cuando he llegado al trabajo se lo he contado a mis compañeros de partido político lo que me ha ocurrido de madrugada, y los perplejos no me han creído. Me han tachado de visionario loco y de idiota que pasea a su perro en unas horas desaconsejadas.

 

-Estás como un cencerro de loco, y por ese camino te van a encerrar en ese sitio en que encierran a los que están como tú de locos- me han dicho.

 

Yo me he sentado en mi mesa de trabajo del grupo político, y he cerrado la boca. No voy a contarle nunca más a nadie las cosas que me pasan.

 

-Serán gilipollas... ¡Capullos! Me voy a encerrar en mí mismo, y en la boca me voy a poner un buen candado. Encima que les cuento algo importante e increíble a mis compañeros de trabajo político, ellos van y no me creen en absoluto. Y además, me dicen que me van a meter en el psiquiátrico. Si ellos los hubieran visto, como yo los pude ver, a Ojo Negro e Iris Opaco, tan reales. Otra cosa me dirían. Y no me espetarían en mi cara que estoy como un cencerro al que van a encerrar. Aunque quizá si me lo cuentan a mí, yo tampoco lo hubiera creído. Eran alienígenas bellos y frescos con la forma de la flor de una coliflor. Ella tenía unos pétalos como unos pechos enormes y un carpelo como una hermosa vulva florida. Y él, sus estambres parecían un pene muy grande enroscado y sus sépalos eran la misma imagen de unos testículos como huevos de avestruz henchidos al aire- reflexioné yo al tiempo exacto que llamaba por mi teléfono secreto a un empresario conocido, y para recordarle que me tenía que traer en mano la cantidad dineraria que aún me faltaba por recibir, y por una prevaricación política y un cohecho político más”.

 

Al volver a su casa, el ciudadano perruno Igor González se pone de nuevo a sopesar la historia sorprendente que su padre le ha relatado en este día soleado, aunque con unas nubes esplendorosas que amenazan lluvias copiosas. Y sigue pensando que todo es una gran falacia. Una tomadura de cabellera. Y ya que la cara de mofa total de su padre lo delataba. El perruno cree que con esta historieta de su progenitor, él pretende denunciar la tremenda y real corrupción política que existe en España. El padre del perruno no es un demócrata. Es un tipo al que no le gusta la democracia. Aunque el perruno sospecha que algún día su padre comprenderá que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos.

 

 

 

 

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