domingo 19 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XXXI) (29-6-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XXXI)

 

El bochorno calorífico era espantoso. El calor aullaba como cuando los lobos están localizándose en una noche cerrada sin luna. Caía la canícula como plomo hirviendo. Aunque el ciudadano perruno Igor González avanzaba despacio, subía la cuesta, camino de la casa de su padre. El verano había llegado acompañado de una masa de calor que procedía de África. La ciudad de Granada era una enorme perola bochornosa. Era un día tan ardiente que las palomas no volaban, aunque se abanicaban adentro de las ramas de los árboles frondosos. Lo tórrido era el amo de aquella jornada caldeada. La cuesta pesaba como si fuese de hormigón. O de granito. Pero en perruno ciudadano subía la enorme cuesta empedrada con el sudor de su frente. Ya casi divisaba la casona de su padre, un carmen en mitad de la Alhambra.

 

El ciudadano perruno Igor González, sudoroso y cansado, saluda a su progenitor y le argumenta que el día caluroso es de aúpa. Que el sofoco es importante en ese día. Pero que aquí está él para recibir su ración diaria de relato. Su padre hoy no está junto a su botella de buen vino tinto y el plato generoso de jamón y queso manchego. Está muy  cabizbajo. Y le comunica al perruno que le duele la cabeza con las altas temperaturas de ese día bestial por lo ígneo que cae con forma de rayos solares. Y también por el ambiente tan cálido de la masa de aire africano. El perruno le recomienda que tome algún analgésico, pero su padre le dice que él no toma mariconadas. Que prefiere que le duela la cabeza. Que no desea que con las pastillas le salga una úlcera estomacal. El padre del perruno es de ideas fijas con respecto a los medicamentos y a los médicos, y a los que llama las pócimas de los chamanes. El padre del perruno, hoy bebe agua. Y le dice a su hijo, que se prepare porque le va a relatar otra historieta que le ha contado su vecino norteamericano, el tal ayudante o sheriff de un condado en un Estado de USA, y que comienza así…

 

“El cielo estaba totalmente azul, y el sol era como un balón enorme de baloncesto colgado en todo lo alto del mediodía. Volaban los estorninos en formación de combate. El aire era todavía cálido. El calor a destiempo se resistía a irse de vacaciones frioleras. Y noviembre cargado de ocres rojizos y gualdas, ya estaba coronado en el almanaque. Unos árboles jugaban con el viento, sus copas eran un ir y venir de movimientos, y las hojas caían sin estruendo. El invierno venía en una carroza de nieve que ya emblanquecía las cumbres de las montañas cercanas. Aunque los lobos, desde sus atalayas, vigilaban los movimientos de todo lo que se movía en el valle y en los montes que circundaban a la localidad de Durqwestom. Lobos negros como el túnel del ferrocarril. Y lobos marrones, grises o blancos que podían pasar por perros domésticos. Muy pronto, Durqwestom estaría cubierto de una espesa y blanca capa de nieve. Y casi todos sus habitantes tiritando helados de frío. Sólo el viejo George Elliot, aguantaba muy bien las gélidas temperaturas que se avecinaban con paso decidido y sin tregua. El amarillo de las Colinas Amarillas de Durqwestom, muy pronto serían de un color tan albo como la camisa del reverendo Samuelson Page, y cuando éste en los domingo por la mañana abre su gastada y vieja Biblia, y les lee pasajes a sus incondicionales feligreses. Sin duda, otro invierno feroz se les viene encima a los sufridos habitantes de Durqwestom, ese pequeño pueblo que está en lo más profundo del Estado de Colorado, y junto a las Montañas Rocosas.

 

George Elliot, el viejo cabrón de George Elliot, es un veterano de la guerra del Golfo. Todas las mañanas del año, el viejo George Elliot va a darle de comer grano a sus ovejas pacientes que lo aguardan en el aprisco. El viejo George Elliot les proporciona también a las ovejas abundante agua para que no mueran de sed. Y más tarde, las saca a las amarillentas Colinas Amarillas para que ellas pasten de las hierbas que han crecido en los valles con las últimas lluvias. Al viejo George Elliot, el muy cabrón, algunas veces lo acompaña su mujer Sandy Elliot, y él lo aprovechaba para darse un revolcón con ella en medio de las altas hierbas de las praderas de Colorado. Desde los otrora y viejos tiempos de la Guerra del Golfo, el viejo George Elliot no tiene hartura con eso de follar con su mujer y con las mujeres de todos aquellos que no se enteran de las andanzas de sus mujeres por los valles y los colores amarillentos de las Colinas Amarillas que circundan a Durqwestom.

 

Sin duda, el viejo George Elliot, lo debió de pasar muy mal con su unidad de choque de los marines, y cuando estuvo combatiendo primero Kuwait y luego en Irak. Siempre el viejo George Elliot, maldice al presidente Bush, al primer Bush que llegó a la Casa Blanca como presidente republicano, y que fue el comandante supremo de EEUU. Ahora del segundo Bush, el de la segunda guerra del Golfo en Irak, el viejo George Elliot solo dice de él que es un gilipollas, y aunque también ha sido el comandante supremo de las fuerzas USA. El viejo cabrón de George Elliot, ha votado al negro, al candidato demócrata. Ha votado por Barack Obama, y espera que el país cambie para mejor, y aún a pesar de que él siempre votó a los republicanos. Está muy esperanzado el viejo George Elliot, con el giro que ha dado el país.

 

-Un negro en la Casa Blanca... Veremos cómo acaba esto- dice para sus adentros, el viejo cabrón de George Elliot. Y mientras pastorea con sus ovejas por los valles y por los amarillos verdosos de las Colinas Amarillas que abrazan amorosas a Durqwestom.

 

Últimamente el viejo George Elliot, el muy cabrón, también rumia pensando en la mujer del reverendo Samuelson Page, que está muy hermosa todavía, y en la forma de darle un revolcón glorioso sin que su pecado sea totalmente execrable para toda la comunidad y para el reverendo Samuelson Page. Está optimista el viejo George Elliot, y en eso de follarse a la mujer del reverendo Samuelson Page. Es obvio, que el viejo marine George Elliot es un redomado cabrón. Y que gusta de los revolcones con su mujer, y con las mujeres ajenas.

 

-Están preciosos en este tiempo los amarillos de las Colinas Amarillas de Durqwestom- piensa el viejo George Elliot, dándole la última calada a su cigarrillo.

 

Y quizá por lo entusiasmado que estaba el viejo cabrón de George Elliot admirando el paisaje y fumando, el veterano de la primera Guerra del Golfo, no se percató de la cercana presencia de los lobos hasta que ya era demasiado tarde porque saltaban sobre él. Intentó sacar su revólver Magnun del 48, pero los lobos negros, marrones, grises y blancos no le dieron la más mínima oportunidad de hacer uso del arma”.

 

El ciudadano perruno ya está descansando en la terraza de su apartamento de alquiler en el Valle de Lecrín. El tórrido sol ya se ha marchado por el ocaso del Oeste. Un viento de esos que son bastante discretos, mueve o mece las ramas de los dos naranjos que están plantados en la pequeña plaza de enfrente al edifico en el que el ciudadano perruno vive. También contempla el perruno las idas y venidas, sus vuelos urbanitas, de varios gorriones urbanos que buscan todo tipo de alimentos que nosotros tiramos a los contenedores de basuras o directamente al mismo suelo de las calles y plazas. También observa los vuelos supersónicos de las golondrinas que cazan insectos en el aire. Son aves de una precisión matemática al cazar y al volar por esos cielos bajos todavía con exceso de calor y aunque el sol ya descansa en otro hemisferio terráqueo. El perruno se siente reconfortado con la bajada notable de la temperatura. Ahora ya no hace el calor de las horas centrales del día. Y se puede respirar con el aire que baja de Sierra Nevada. Lleva el ciudadano perruno, varias jornadas bastante abatido. Y la causa  es porque todos los días, o casi todos los días, en España se conoce un nuevo caso de corrupción política. Políticos imputados que no dimiten. Y jueces y fiscales que luchan para que la Justicia resplandezca y dé a cada presunto delincuente político lo que se  merece.

 

Se levanta el perruno ciudadano de su descanso, se despide de su sillón preferido en la terraza del apartamento de alquiler, y decide que va a cocinar su cena. Que va a aderezar una ensalada con lechuga, tomate, pepino, sal, vinagre y atún claro en aceite de oliva de esas latas que son tan fáciles de abrir. Y también elije la fruta que va a degustar, y que van a ser una naranja y una manzana. El perruno hace cenas ligeras para poder dormir sin que la digestión le haga una mala pasada. El perruno ciudadano sopesa que no hay que comer demasiado. Y que comiendo poco, solo las calorías necesarias, se vive muchos más años. El ciudadano perruno lleva una vida casi monacal. Se levanta muy temprano, hace deporte y en el resto del día escribe para un medio de comunicación, para una televisión pública y para sus libros de relatos cortos, novelas y poemarios. Siempre el perruno aduce que como no sabe hacer otra cosa, por esto trabaja de sol a sol. Aunque sin matarse en el empeño.

 

La vida del ciudadano perruno Igor González, es tan monótona como la que viven las marmotas tibetanas. Aunque sin tener que comer hierbas y tubérculos, Y también sin estar pendiente todo el día de vigilar el cielo o la pradera para no ser sorprendida por una águila voladora que cae en picado sobre ella con sus garras abiertas o por los caninos dientes mortales de un astuto zorro. El ciudadano perruno es un hombre en su discreción máxima. Y siempre que puede, parafrasea la máxima o sentencia que se le atribuye al cómico norteamericano Groucho Marx, y que se condensa en decir “que es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente”. El perruno no es idiota ni tonto, pero gusta más de escuchar que hablar demasiado para tontos e idiotas. Existen demasiados listos que solo son memos. Y demasiados memos que son listos. La raza humana está repleta de egoístas que creen que todo lo saben. Esos memos obtusos que no conocen que siempre hay personas que están mucho más preparadas en lo cultural, social y científico que ellos. Un memo suele ser un hermoso compendio de idiotez en lo cultural y un hortera ineducado y trepa en lo social y en lo científico.  El ciudadano perruno solo aspira a ser una persona humana. Un hombre que es decente, honesto y ético. Un ser que pasa inadvertido para las vacas sagradas de las diferentes profesiones y de los ricos que explotan como capitalistas de frac y chistera.

 

 

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