sábado 18 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XXXV)

El ciudadano perruno Igor González (XXXV)

 

El padre del ciudadano perruno Igor González, con una borrachera estival de sangría tan fresca como un manantial de Sierra Nevada, recibe al perruno con grandes risotadas y con un largo abrazo. La sangría de vino tinto con gaseosa, azúcar, canela y melocotones frescos costados en rodajas, ha puesto al padre del ciudadano perruno en notable estado etílico con una euforia fantástica y fenomenal. El ciudadano perruno está alucinado con su padre. Y porque su progenitor ríe como un poseso que está poseído por un revoltoso  diablo cojuelo. Y se queda mudo cuando su padre le anuncia que hoy le va a contar la historia de su amigo alemán Franz Hawnek, y al que conoció cuando visitó Alemania en el final de los años noventa. El padre del ciudadano perruno en ese tiempo le dio el volunto de visitar Baviera. El padre del perruno es como ese general casi olvidado al que nadie le manda misivas ni postales de remotas ciudades del anchuroso mundanal que cuenta con variados continentes. Ahora te vas a enterar de lo que es una minga poderosa, la de mi difunto amigo Franz Hawnek. Y que la tuvo en vida como uno de los mejores penes humanos que han existido en Alemania…

 

“Es impresionante por su luminiscencia arrebatadora, el dormitorio de Franz Hawnek. Algo sobrenatural se ha apoderado de la alcoba de Franz Hawnek, y ya que ésta se parece mimética al aposento de un gigoló francés en estado de gracia y con una potencia viril a prueba de expertas damas. Y esta maravilla ocurre, cuando Franz Hawnek se desnuda sin intimidad. Cuando Franz Hawnek está acompañado de una amante circunstancial, entonces la alcoba es un festival de luz con la grandiosidad e iluminación de todo París. Algo soberbio y como las luces de una feria. Una situación fantástica, y de una belleza plástica que arrebata a las damas que pasan por el tálamo de Franz Hawnek. Y que son bastantes. Es sencillamente algo tan poderoso, como el fulgor de un meteorito fugaz que cayera en la cama de Franz Hawnek, e iluminado toda la estancia.

 

Franz Hawnek es un imbécil que nació con ciertas deficiencias intelectuales, no es retrasado mental agudo, pero sí un imbécil crónico muy simple como ya hemos referido. Aunque Franz Hawnek, que es muy inocente y muy tímido y muy introvertido en general, posee una herramienta espectacular para consolar damas. Y que cuando la usa con las mujeres, a éstas al principio les da un susto enorme por su largura y grosor. Después, se sienten aliviadas y relajadas para un mes, por lo menos. El implemento es algo digno de un cíclope. Y Franz Hawnek lo usa como si no estuviera haciendo algo digno de pasar a los anales de los amantes varones que colman las apetencias sexuales de las damas hambrientas de sexo. Un pedazo de bestia este Franz Hawnek, y cuando copula sin límite y razón de finalización con las damas de todos los bellos pelajes; o sea: solteras, separadas, divorciadas, viudas y felizmente casadas con sus maridos que son portadores de implementos tipo estándar, y no tan descomunales como el que posee Franz Hawnek.

 

La rubia Gudrun Keller, hija del alcalde de la localidad de Mannhaim, un pueblo precioso muy cerca de la ciudad universitaria de Heidelberg, se ha enamorado de la herramienta de Franz Hawnek, no de Franz Hawnek como persona. Ese pedazo de animal sexual que ya sabemos que es totalmente imbécil. Y lo persigue por los bosques aledaños, y cuando Franz Hawnek despreocupado va a recoger leña para su enorme chimenea construida al estilo de esos enormes fogariles de piedra que tienen las casas campesinas de Baviera. Franz Hawnek es feliz, la felicidad de los simples que no conocen problemas. Y salvo el día en que el implemento no levantó su soberbia, y Franz Hawnek pensó que se le había perdido el muelle que hacía tensar la herramienta y para que ésta levantara la cabeza de forma inhiesta y tan dura como un pedrusco de granito de buen calibre. Salió por las calles dando alaridos, y diciendo a voces que su implemento ya no le servía, algo que a las damas de la localidad de Mannhaim soliviantó y entristeció en demasía. Una falsa alarma de un imbécil, y ya que al día siguiente amaneció con la herramienta tan larga y tan dura como el astil de una pala. Gudrun Keller se alegró mucho ese día cuando lo visitó en los sotos que abrazan a la localidad de Mannhaim, Franz Hawnek estaba observando los nidos de los pájaros en los árboles. Ella en un soto todavía verde, comprobó que el implemento de Franz Hawnek estaba intacto, y que sólo había sido una falsa alarma. Franz Hawnek se reía feliz, y Gudrun Keller tuvo siete u ocho orgasmos seguidos que espantaron a los pájaros con sus gritos y sus gemidos de placer. Y no era para menos, porque la erección de la herramienta de Franz Hawnek duró cerca de tres horas seguidas sin aflojar ni menguar. Qué pedazo de bestia sexual es Franz Hawnek, un caballo percherón bávaro.

 

Gudrun Keller está desolada y llorosa, y todo el día encerrada en su dormitorio. Y del que no quiere salir para nada. Ni siquiera para comer o cenar. Tampoco para ir al servicio y evacuar. Y su padre Adolf Keller, el alcalde de Mannhaim, ha decidido tomar seria venganza. Un grupo de neonazis, unas jóvenes y fieras bestezuelas que habían llegado expresamente de Munich para eso, han castrado a Franz Hawnek con unas tenazas enormes de sacar los clavos de las herraduras de los caballos percherones. Franz Hawnek está aún más idiotizado, y buscándose el implemento ya inexistente. Se toca los vendajes con frenesí, y sólo masculla entre sollozos que en dónde está su herramienta. Mi hermoso pene, aduce Franz Hawnek llorando desconsoladamente su perdida. Unos diez u once neonazis con las cabezas rapadas y de no más de veinte años, lo sorprendieron en el bosque y allí mismo lo emascularon mofándose de él y dejándolo tirado desangrándose. Gudrun Keller, que había ido tras él para una buena copula entre la hojarasca, lo encontró inconsciente en medio de un gran charco de su propia sangre y con su implemento ensangrentado y cercenado al lado de él. Lo encontró junto al pie de un gran pino. Franz Hawnek podía haber muerto, si Gudrun Keller no fuera tan ardiente e insaciable sexualmente. Aunque a Gudrun Keller, se le puede perdonar todo porque es sencillamente preciosa. Y sus largas trenzas rubias son famosas en todo el Sur de Alemania. Posee unas piernas tan largas, que un buen amante necesitaría tres días para tocárselas palpando centímetro a centímetro de ellas. Y su culo es tan respingón, que parece una dulce pera de la Selva Negra. Y sus dos tetas, algunos dicen que posee tres por lo enormes que son, son tan duras como el acero germánico. Desde luego, si Franz Hawnek no hubiese tenido su tremenda herramienta tan dura y tan larga, Gudrun Keller no se hubiera fijado en él, pero las palabras de su amiga Sonja Brumm, que conoció a Franz Hawnek empalmado más de una vez, fue el acicate de desear ella conocer al pene más grande de Baviera en estado salvaje.

 

Al salir del hospital con la alta médica en el bolsillo, Franz Hawnek se ha suicidado. Se ha colgado en el nogal que sembró su bisabuelo Otto Hawnek, en el predio familiar. No podido superar su mutilación. Pero parece que tuvo la sensación antes de morir asfixiado por la tremenda soga de lino, que otra vez estaba su implemento en estado eréctil. Cuando lo descolgaron estaba algo morado, pero una media sonrisa afloraba a sus labios. Gudrun Keller le lleva de vez en cuando flores a su tumba, lilas salvajes, y cuando nadie la ve, evacua sobre el montículo ya cubierto de césped. Se orina encima de la tumba abriendo las piernas para que el orín caiga en el sitio elegido, la tumba de Franz Hawnek. Cada cual llora a su antojo las ausencias, y es muy razonable esta actitud tan humana. Gudrun Keller echa mucho de menos la herramienta gigante de Franz Hawnek, y por eso la llora por donde su ausencia es más notable, dolorosa e insoportable para ella. Fue un buen tipo Franz Hawnek, aunque desde luego su imbecilidad no le privó de conocer notables y ardientes hembras como Gudrun Keller.

 

Los neonazis han sido condenados a tres meses de trabajos sociales a la comunidad, y a cumplir los fines de semana. Barren algunas calles de Munich con unas escobas de color rojo, portan unas cazadoras negras afelpadas con cuello de piel de foca que les ha proporcionado el municipio, y sus risas se oyen hasta en la no tan cercana ciudad de Augsburg. El padre de Gudrun Keller, alcalde de la localidad de Mannhaim, ese pueblo tan bellísimo y cercano a Heidelberg, también ha sido condenado a diez años de prisión por el intento frustrado de asesinato de los jóvenes neonazis que castraron a Franz Hawnek entre mofas, y debajo de un gran pino del bosque de Mannhaim. Y la joven y bella Gudrun Keller, se ha casado con un ciudadano árabe, Omar Majddai. Tiene ya dos hijos, y se ha convertido al islamismo. Ahora vive en Siria. Y trabaja allí como ingeniera química en una fábrica clandestina que fabrica bombas caseras para limpiar terrenalmente a los infieles cristianos de este mundo.

 

Y todavía existen en la localidad de Mannhaim, ese pueblo bello y cercano a Heidelberg, damas bávaras altas como caballos percherones que echan mucho de menos el implemento de Franz Hawnek, ese imbécil al que la Madre Naturaleza dotó con un pene descomunal y con muy poca sesera. La felicidad es de los simples como Franz Hawnek. Y porque ellos sufren muy poco por desconocimiento de casi todo. Y si exceptuamos por desgracia, cuando los capan con la maldad retorcida y genocida propia del nacionalsocialismo alemán o de otras nacionalidades de otros territorios de este mundo canalla. El fascismo es muy difícil de erradicar. Y la envidia es pésima e insana cuando un tipo posee una herramienta ridícula, un pene, que es el hazmerreír de las damas macizas teutonas de su localidad pequeña o de su gran ciudad. Aunque un pene bastante pequeño, por más señas de identidad de los implementos que dan placer y consuelan a las damas más que un buen consejo, también puede hacer felices a las mujeres proporcionándoles increíbles orgasmos”.

 

El ciudadano perruno Igor González, con cara de incredulidad, se ha quedado de piedra pómez o de granito basáltico con el relato de su padre. Camina el perruno por las calles de una Granada casi desértica. El personal ciudadano está de vacaciones o morando en las casas de campo que poseen como segunda vivienda en las localidades cercanas del cinturón perimetral de la ciudad de Granada. Corre un airecillo fresco. Son las nueve de la tarde de un día no demasiado caluroso. Unas golondrinas misioneras, llegadas del África hermana, trinan sus cánticos al tiempo que cazan insectos en esas alturas en las que el calor ya no debe de ser insoportable. Los ruidos de loa automóviles son escasos. Aunque algunas motocicletas, de baja y alta cilindrada, se pasan por el forro de la cojonera las normativas vigentes sobre la prohibición de los escapes libres. Atruenan. Y en las terrazas aireadas en las aceras y plazas de los bares y cafeterías, algunas personas están departiendo y tomando copas largas. Hay damas empalagosas. Abundan las chicas jóvenes bellísimas. Anochecerá dentro de poco. El perruno alarga el paso para que el autobús no lo deje esclavizado en la ciudad que lo vio nacer. Otro día menos en la vida del ciudadano perruno Igor González. Y otra historia de su padre que es inverosímil.

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