jueves 16 mayo
Opinión  |   |

Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XXXVI) (17-7-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XXXVI)

 

Vivir hoy es una aventura solitaria. Las sociedades actuales son como colmenas sin piedad para los solitarios. Nadie se fija en el de enfrente ni en el de al lado. La soledad es producto de estas modernas sociedades que no tiene piedad alguna con los solitarios. Y esto lo conoce bien el ciudadano perruno Igor González. Ese perruno ciudadano que está caminando hacia la casa de su padre para recibir el relato diario que confeccionará la novela que aglutina todos los relatos que le cuenta su honorable padre. Los relatos de su progenitor son como opio para el perruno ciudadano. Aunque el perruno nunca ha consumido ningún estupefaciente ni ningún tipo de drogas blandas o duras. Los relatos de su progenitor hacen que el ciudadano perruno sea drogodependiente de las palabras paternas.

 

En este verano tórrido y seco, al mediodía, el perruno es un naufrago urbano que puede morir ahogado de calor. Aunque el perruno ciudadano avanza, cuesta arriba, para llegar a encontrarse con su padre y recibir el relato diario. Y todo oídos, el ciudadano perruno escucha a su padre. Y su padre en ese día le dice al perruno, que va a oír un relato muy divertido que tendrá continuación en la jornada siguiente…

 

“A ciegas, Humanosomos caminaba por el pasillo de su casa. La bombilla se había fundido. Iba y venía una y otra vez por el pasillo de su casa, y hablándose a sí mismo. Se reprochaba que no había sido cuidadoso en lo de tener otra bombilla de repuesto. Y que por este desliz, ahora está caminando a oscuras por el pasillo incierto de su casa. Por un pasillo frío, húmedo y tremendamente largo. Con la terrible oscuridad ciega, el ciudadano perruno pisó una cucaracha, esa que al aplastarla sonó con un ruido como si hubiera pisado una hoja de lechuga seca.

 

-¡Joder! Qué descuidado soy. Estoy caminando a oscuras por el pasillo porque no me acordé de comprar bombillas de repuesto. Las bombillas se funden, se deterioran con la humedad y con las horas que llevan encendidas. Me voy atar una lazada en los cojones, y así no se me van a olvidar las cosas que tengo que adquirir para la casa. Por una jodida bombilla, estoy como alma en pena sin visión en el pasillo y con el riesgo de romperme un cuerno con el marco de un cuadro o con el dintel de una puerta. Creo que he pisado una cucaracha u otro insecto, y ha sonado como si hubiese pisado una hoja de lechuga seca. ¡Qué asco! -Humanosomos, se dijo a sí mismo.

 

La casa de Humanosomos es de alquiler. Una casa campesina de principios del siglo XX. Y que tiene un huerto adosado a ella. Y en dónde Humanosomos siembra, a mediados de la primavera, pimientos, tomates, pepinos y cebollas. Es una casa sólida de muros de sillería con cemento, arena y piedras. Y tiene los techos adornados con vigas vistas muy altos. Y es fría en verano y caliente en los crudos inviernos nevados. Es una casa de personas honradas que se deslomaron cavando y cultivando la tierra. Y en ella  ahora mora Humanosomos con un precio de alquiler asequible. Allí escribe Humanosomos sus artículos periodísticos, sus poemas y toda su prosa literaria. Es un lugar ideal para no oír a casi nadie. Y para copular sin ser molestado por los ruidos automovilísticos o los de esas máquinas infernales que llaman motocicletas con escape libre. La casa de alquiler de Humanosomos, es un remanso de la Europa que existe fuera del país en el que vive actualmente Humanosomos. Es una casa republicana. Y sin un dios que infunde miedo.

 

-Voy a dejar de pasear. Si enciendo la bombilla de la cocina o del comedor, puedo ver por el pasillo, así que enciendo las bombillas del comedor o de la cocina, y a observar a la cucaracha aplastada por mi zapatilla tan enorme como una tumba de filisteo. ¡Oh! ¡Hostias! La cucaracha está laminada con una cosa blancuzca que parece que es lo que tenía en su interior. ¡Está planchada! Es un asco. ¿Estará rica de sabor con aceite, sal y vinagre? ¿O sin nada de aliños? Los militares que se pierden detrás de las líneas enemigas comen insectos, culebras y lagartijas. Yo no voy a ser menos. Y así aprendo a sobrevivir en el pasillo de mi casa de alquiler. Y sin luz o con luz eléctrica. Voy a poner unas macetas grandes con cactus en el pasillo, beber agua es fundamental cuando se está perdido y se quiere sobrevivir. Hay que beber agua de dónde sea. Y también debo de comprar unas antorchas y unas linternas, son para el día sin luz en el pasillo. Y porque no he abonado el recibo de dos meses y me han cortado el suministro eléctrico ya mismo. No obstante, debo de aprender a moverme a oscuras, y como los comandos de las fuerzas especiales. En el fondo, siempre he deseado ser un soldado especial de las Fuerzas Especiales -se decía así mismo Humanosomos con un machete desenvainado por la tenebrosa jungla del pasillo de su casa campesina de alquiler.

 

La pequeña ciudad en dónde vive Humanosomos, está enclavada en un territorio hostil. Allí, es muy difícil sobrevivir sin los terribles sobresaltos hostiles. La soledad pone tremendas e inhumanas trampas para cazar a los incautos que todavía sufren de la feroz enfermedad del idealismo. Existen las fieras salvajes que murmuran. Esos animales carnívoros que hablan mal de sus vecinos. Y sin  conocerlos para poder opinar con conocimiento de causa. Es una ciudad inhóspita, aplanada por sus polos y achatada por sus meridianos. La jungla de las cabezas memas y los árboles antropófagos. Y en dónde a un forastero lo crucifican sin juicio previo. Y sin que se pueda defender. En esta pequeña ciudad, todavía creen que existen las personas humanas que ponen sus huevos en los nidos ajenos”.

 

Mi padre me describe algunas cosas increíbles en sus relatos. No sé si está perdiendo la sesera. Parece como si tuviese, algunos días, otros no, una demencia senil de tres pares de cojones. La historia de hoy es alucinante e increíble. Es como si camuflase algo que a él le ha pasado. Esperemos a ver que me cuenta mañana. Sopesaba el perruno mientras caminaba de vuelta a su apartamento de alquiler. El autobús público lo espera. El calor de estos días le debe de hacer mella a mi padre, seguía sopesando el perruno, y mientras su autobús ya camina como un diablo con faros y ruedas por una carretera indómita con un asfalto que estaba a punto de derretirse. No se movía ni una sola rama de los árboles. El calor crucificaba a todo bicho viviente. Eran ya más de las 19 horas de la tarde. Y el bochorno era tan espeso y calorífico como un gran plato de buey recién salido de la parrilla en donde había sido asado a fuego lento.

 

 

 

Publicidad

Comentarios

©Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta noticia sin autorización expresa de la dirección de ahoraGranada
Publicidad
DÍA A DÍA
Desarrollado por Neobrand
https://ahgr.es/?p=44586