viernes 26 abril
Opinión  |   |

Unidad, el estado de la cuestión

En la actualidad se están produciendo debates y conflictos internos, incluso muy externos, en prácticamente todos los grandes partidos políticos españoles. En el PSOE varios líderes autonómicos no dejan de mostrar abiertamente sus diferencias respecto a Pedro Sánchez, sus políticas y sus alianzas. En el PP es una evidencia el conflicto y competición, más o menos soterrado pero muy duro, entre Feijóo y Díaz Ayuso, y antes con Casado, que llevó a su destitución. En el espacio de Unidas Podemos es manifiesto el distanciamiento entre sus distintos componentes. Por supuesto que entre unos y otros partidos varía el grado de crispación y/o sobre todo el tratamiento que se les dispensa por parte de los medios de comunicación.

Como partícipe del espacio del cambio mi preocupación se centra en lo que está sucediendo en este ámbito. A pesar de que todo el mundo aquí habla de unidad, sin embargo no acaba de encontrarse el modo de construirla de forma mínimamente sólida. Cuando está en juego la propia democracia y el modo de afrontar la crisis económica, social y ecológica que nos acecha, parece incomprensible que cueste tanto ponerse de acuerdo en el proyecto, los objetivos, el programa y la organización para poder afrontar con solvencia tan serias amenazas.

En una discutida y discutible encuesta reciente se ha pretendido cuantificar el daño electoral que podría derivarse de la división del espacio del cambio frente a las ventajas que se obtendrían de conformar la unidad en torno al proyecto Sumar. Personalmente me da igual si la encuesta pretende diagnosticar lo que está sucediendo o por el contrario intenta mediatizar el futuro. No hay que tener un máster en politología para entender que la división perjudica las expectativas electorales, tanto por la propia disgregación del voto como por el efecto de desánimo que provoca en el electorado potencial.

La gente normal, el posible votante de a pie, no alcanza a entender esta situación, que solo puede generarle decepción. Quienes no están en la diatriba permanente sólo desean que el espacio se construya desde la unidad y con unas propuestas claras en clave de mejor democracia, más justicia social, más igualdad y más ecología. Cuando las contradicciones del sistema son tan pronunciadas y los riesgos e incertidumbres tan angustiantes, no caben discusiones menores y por tanto se hace exigible altura de miras, generosidad e inteligencia por parte de todos los que dicen referenciarse en este espacio de progreso.

En las recientes jornadas, organizadas por la confluencia Granada se Encuentra y el grupo municipal de Unidas Podemos e Independientes, el periodista Enric Juliana expuso una interesante reflexión sobre el problema de la división en la izquierda. Afirmó que es habitual en sus debates internos la disputa por tener razón e imponerla a los otros, cuando en su opinión no debería tratarse tanto de tener razón, siempre discutible en tiempos cambiantes, como de poder desplegar la razón y llegar a alcanzar cambios reales. Planteó la idea de que la unidad se asegura mejor desde lo concreto, cuando se asume que “con las cosas de comer no se juega”. Una idea que estaba implícita en el discurso de Julio Anguita, cuando fue candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía, en 1986. Era el momento en que se producía el arranque de su Convocatoria por Andalucía, que llegó a obtener los mejores resultados electorales en nuestra tierra. Aunque finalmente también acabó siendo víctima de las disputas internas y las visiones estrechas de la política.

Según Juliana sólo desde la voluntad concreta de cambio es posible mantener una cultura unitaria que haga compatible el disenso y las diferencias con la continuidad de la organización. También apuntó al problema de una cierta izquierda que tiene escasa voluntad de gobierno. Se trata de interesantes elementos para la reflexión. La clave está por tanto en ser capaces de mantener la unidad, dentro de la pluralidad, en torno a un programa de cambio real y en la capacidad de saber navegar en el mar de contradicciones que todo eso implica. En palabras de Voltaire, “lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Mejor no discutir y confrontar por una perfección imposible y en cambio trabajar por avanzar en un ambicioso programa de transformación real.

Una vez más se hace necesario insistir en el llamamiento a la responsabilidad de todos, a poner en el centro los objetivos esenciales y dejar a un lado todo lo accesorio, concretar proyectos posibles de cambio y conformar una organización abierta, que garantice la protección de la pluralidad a la vez que impida la capacidad de veto o imposición por parte de minorías o aparatos con intereses exclusivamente particulares. Así como superar cualquier tentación de entrar en competencia mutua entre sus miembros. La mejor medicina para ello es la democracia interna y la participación de la gente, sin mayor delegación que la mínima imprescindible. Además de dotarse de unos códigos éticos claros y de aplicación real. Si se quiere hacer creíble que se es diferente y mejor que los demás hay que demostrarlo, no bastan las palabras.

No puedo entender la pulsión a dividir y fraccionar en organizaciones más pequeñas, incluso minúsculas, para luego, desde ellas, pretender negociar con la fuerza matriz que previamente se ha abandonado, para reclamar puestos y contradictoriamente hacerlo en nombre de la unidad. Aunque ninguna organización puede ser grande si no es capaz de gestionar su pluralismo y el respeto por las minorías.

Demasiado tiempo perdido en debates y discusiones escasamente prácticas en vez de dedicarlo a analizar la realidad y trabajar por proyectos que beneficien a la mayoría social. Demasiada gente desencantada a la que hay que intentar enganchar a la esperanza de participar en el proceso de construcción de una auténtica alternativa de gobierno, en España, en Andalucía y en Granada. Desde abajo y pegados al terreno. No hay más tiempo que perder.

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Columnista
Miguel Martín Velázquez

Portavoz de Podemos Granada

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