viernes 26 abril
Opinión  |   |

Vergüenza

A pesar de la saturación que se está dando en torno al asunto no me resisto a la tentación de escribir sobre el acontecimiento, sin duda histórico, de la exhumación de los restos del dictador Franco.

Me considero una persona de convicciones, aunque escasamente visceral, y por eso me gustaría pensar que llego a las primeras a través del razonamiento. Quizás por este motivo me resulta desalentador el seguimiento de los acontecimientos que monopolizan los noticiarios desde hace semanas, porque en ellos percibo la visceralidad de sus propios protagonistas y también la de muchos de quienes los comentan en los medios. Y lo que es peor entre quienes se suponen deben ser los responsables de intentar afrontarlos y solucionarlos.

Veía el otro día la entrevista de Ana Pastor a Pablo Iglesias en la que prácticamente solo se interrogaba por el problema en Cataluña, el fracaso veraniego en la formación de gobierno y Franco. Paradójicamente luego, cuando quienes preguntaban a Iglesias eran personas no periodistas el escenario fue muy distinto. Dos preguntas sobre Cataluña y muchas sobre empleo, autónomos, pensiones…. En unos minutos dos mundos completamente distintos. Entiendo que la gente normal preguntaba de sus problemas, los que le afectan y les quitan el sueño realmente cada día o les infunden preocupación de cara al futuro.

Han pasado casi 44 años de la muerte de Franco y 41 desde la proclamación de la Constitución. Algo no ha ido bien cuando se ha tardado tiempo en retirar los restos de un dictador de un mausoleo megalómano construido por orden suya, durante los años “del hambre”, cuando la miseria y la pobreza atenazaban España, para mayor gloria de su propia figura. Y, curiosamente, pagado y mantenido por un Estado democrático, que se pretendió fundar a imagen y semejanza de las mejores democracias europeas, y gestionado por una congregación religiosa regentada por un abad de clara confesión y militancia ultraderechista. Ningún país de Europa hubiese permitido nada de esto. Ni tampoco que el Estado subvencionara con dinero público fundaciones constituidas para ensalzar la figura del dictador. O que sus descendientes siguieran ostentando títulos nobiliarios concedidos en honor de un tirano.

Por supuesto, y a pesar de todo lo anterior, es de agradecer que finalmente se haya llegado a realizar. Aunque haya sido tan tarde o que alguien pueda pensar que hay gestos electoralistas en esta decisión o que aún queden muchas cosas por hacer. Pero nadie medianamente sensato puede negar que todo esto constituye una paradójica anomalía democrática. Quienes hablan, en algunos casos de forma interesada, de que se intenta reescribir la historia o acusan a otros de intentar ganar una guerra que perdieron… me parece que están equivocados. No quiero hablar de quienes simple y llanamente es que simpatizan con aquella dictadura.

La historia deben escribirla los historiadores y hacerlo de la manera más científicamente posible. A los ciudadanos nos corresponde hacerla y para ello resulta positivo conocer y aprender del pasado, ser conscientes de que somos hijos de nuestro tiempo y de nuestra historia y para ello nada peor que la visceralidad y la pasión huérfana de racionalidad.

Perplejidad me ha provocado la reacción de dirigentes del PP y de Ciudadanos. Ninguno se atreve a oponerse directamente a esta exhumación, ni siquiera se opusieron abiertamente a la ley habilitante, pero por su actitud demuestran que lo que se denomina el “franquismo sociológico” aún persiste en nuestro país y que compiten con Vox por ganarse su apoyo electoral. Recuerdo un viejo compañero de trabajo que en los ochenta me repetía que “todos somos hijos de Franco”. Creo que justamente se refería a todo este sustrato sociológico (e institucional) que nos dejó la dictadura. Afortunadamente Franco ya es pasado. Ahora miremos al futuro.

Estamos en una época compleja y problemática, llena de incertidumbres. Soy español y andaluz, y quiero sentirme orgulloso de la España y la Andalucía que construyamos. Un país moderno se construye en torno a valores comunes, la democracia, las libertades, los derechos civiles y sociales, el progreso, la igualdad, la solidaridad, la justicia, el respeto a nuestro pluralismo social, cultural y territorial, el compromiso de dejar a nuestros descendientes un espacio habitable y mejor que el que a nosotros nos legaron…

Y me da igual el color o la forma de los símbolos que representen todo eso. No hay país al margen de su gente. De toda su gente.

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Columnista
Miguel Martín Velázquez

Portavoz de Podemos Granada

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