lunes 20 mayo
Opinión  |   |

Cartón piedra

La alcaldesa prefiere las flores naturales. La política es demasiado vulgar para ejercerla rodeada de plástico. Los pasillos largos y silenciosos, los cuadros alineados y los ujieres con corbata. El ayuntamiento es como el salón de casa, un sitio para recibir, sonreír y quedar a su disposición. Todo debe fluir con el esplendor que requieren las lámparas de araña y las paredes tapizadas del salón de plenos.

En Granada tenemos un gobierno de alfombra roja y pajarita, de embajadores de la ciudad, patronos de casi todo y amigos de la Alhambra. Tenemos unos regidores más preocupados por el protocolo que por el servicio público. Un gobierno de cartón piedra, de procesiones y ofrendas florales. Una alcaldesa de recepciones, cabalgatas y rastrillos solidarios.

Esta es una ciudad “muy noble, leal, nombrada, grande, celebérrima y heroica” y sus gobernantes deben estar a la altura de los títulos que nos regaló la historia. Podemos votar, pero es importante que en la ciudad influyan las familias adecuadas. Al fin y al cabo, los edificios, las empresas y los grandes capitales son de quienes son. Por eso es necesario que el ayuntamiento busque un equilibrio entre la metáfora democrática del poder del pueblo y el verdadero poder de los títulos de propiedad. Todo esto no lo entiende la izquierda. Cómo vamos a ordenar el urbanismo de la ciudad sin preguntarle a los dueños del suelo.

Aquella foto lo decía todo. El salón principal de una orden de caballería, el sitio en el que les gusta ocultarse a nuestros poderosos. Huele un poco a húmedo, a Varon Dandy y naftalina. Señoras y señoros de bien, apellidos compuestos y blasones, grandes de España. Los anfitriones están algo incómodos, acostumbrados a esconder su identidad y su riqueza. Y, entre ellos, exultantes e integrados, sus fieles escuderos: empresarios, periodistas en nómina y el Partido Popular de Granada. Los lacayos sonríen y reciben instrucciones perfectamente distribuidos por la habitación para atender a los señores que los sostienen. Una auténtica radiografía del poder en Granada. La Alhambra hace siglos que perdió su señorío.

De vez en cuando gobierna la izquierda y el ayuntamiento pierde su compostura. Se queda en manos de gente que no comprende su verdadera esencia y que se empeña en arreglar lo que no tiene solución. Gente que eleva el tono con sus asuntos vulgares y su crítica constante. Pero, en un gesto de justicia divina que enmienda el accidente, el gobierno siempre vuelve a las manos adecuadas de la gente de bien. En Granada hay un curso natural de las cosas, una inercia irrebatible hacia lo correcto. Un destino que provee alcaldesas alejadas de lo mundano y atentas a los detalles; la inauguración de la joyería, el viaje a Coral Gables, los naranjos que molestan a la cofradía.

Ella trabaja para la única Granada que conoce y se comporta como esperan. Un gobierno con aroma a juncia, romero y mastranzo, en el que los negocios se cierran con discreción mientras los concejales con medalla entregan las tapas al pregonero. Una alcaldesa de chacolines y carocas que nunca permitiría un corte de luz en Almanjáyar la noche de inauguración de la feria. Un gobierno de títeres y decorados que nos entretiene mientras pasa el tiempo. Un retablo que oculta la ciudad y una señora tremolando su mayoría absoluta desde el balcón del ayuntamiento.

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Columnista
Pablo Hervás

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