martes 21 mayo
Opinión  |   |

De todo lo visible y lo invisible

A casi todas y todos nos han sobrecogido las imágenes de esa figura supuestamente humana asomada a la ventana del Colegio Mayor Elias Ahuja, gritando como un poseso a sus supuestas compañeras del vecino Colegio Mayor Santa Marta una serie de improperios e insultos propios del más trasnochado y asalvajado machismo, dando paso a una estudiada coreografía en la que otros compañeros se unían a esta agresión verbal tras abrir coordinadamente las persianas de las ventanas de toda una fachada de siete pisos.

A casi todas y todos nos ha sobrecogido saber que se trataba de una abyecta tradición que se viene repitiendo año tras año en una especie de rito iniciático en el que los machos de la manada dejan bien a la claras que el compañerismo y la amistad con las vecinas de enfrente pasa por su previa humillación y por el recordatorio de su condición de objetos sexuales tan pasivos como desechables.

Otros, sin embargo, posiblemente también los protagonistas, se han sorprendido de que, lo para ellos es una simple broma reiterada en cada promoción, haya provocado una reacción tan general de rechazo y denuncia ante unos hechos difícilmente calificables. ¿Que ha podido pasar para que un comportamiento que se reproducía, con total visibilidad y consentimiento, este año haya generado una repulsa casi unánime? -ya saben, Ayuso siempre a lo suyo -. Y para responder a esta pregunta no basta con constatar la difusión que en las redes y en los medios de comunicación tradicionales ha tenido la noticia. De nada hubiera servido la viralidad en redes que este episodio ha tenido si no hubiera sido visto y valorado desde otro prisma al que hasta ahora hacia pasar esta brutalidad por una mera tradición, por una broma inocente destinada a crear lazos de camaradería dentro de un Campus universitario. Cuando lo que pasaba por una pequeña gamberrada sin importancia se ha visto a la luz que nos ofrece una perspectiva de género, bajo la luz que alumbra la dignidad de la mujer frente a cualquier desprecio machista, entonces, y solo entonces, todo ha cobrado otro sentido, otra dimensión.

Tan sobrecogedor como esta demostración machista resulta que estaba ahí, a la vista de todos, repetida y seguida por otros jóvenes para los que pasaba desapercibido su significado real, el profundo desprecio hacia las mujeres, en general, y hacia las compañeras universitarias en particular. Es como si una capa consuetudinaria y aquiescente hubiera ocultado la pervivencia de una forma de desprecio y humillación masculina sobre unas mujeres que tienen la osadía de acudir a la Universidad, en vez de quedarse en sus casas, y una mirada desde la igualdad la hubiera visibilizado para vergüenza de unos y sobrecogimiento de otros.

Pero lo realmente grave de lo acaecido en el Colegio Mayor Elias Ahuja, deleznables por si mismos, es la inquietante certidumbre de la pervivencia de un machismo latente, invisibilizado por el hábito, por un consentimiento acrítico y por las voces que lo niegan. ¿Cuantas tradiciones respetamos, cuanta bromas reímos o cuantos comentarios hacemos que nos equiparan todos los días al energúmeno de la ventana, salvo por el nivel de decibelios y lo soez de nuestras manifestaciones o comportamientos?

Nos ha sobrecogido como los alumnos del Elias Ahuja, aun en sus disculpas, seguían considerando que no habían cometido otro error que haber protagonizado una broma de mal gusto y como alguna de las alumnas justificaban los insultos recibidos como una muestra de amistad y camaradería y, sin embargo, no reparamos en que en muchas ocasiones nosotros mismos arrastramos jirones de machismo que nos pasan desapercibidos a fuer de ser repetidos, consentidos y, a veces, jaleados.

Hemos rechazando el penoso espectáculo que nos ofrecieron unos jóvenes nublados por testosterona pero apenas nos hemos planteado el sentido de mantener la segregación por géneros en centros educativos que deberían formar para una convivencia en una sociedad plural y donde mujeres y hombres deberían coexistir en igualdad y mutuo respeto. Poca atención se ha prestado a que el Colegio Mayor Elias Ahuja es un centro privado - de esos de 2000 € al mes- adscrito a una Universidad pública ¿ no hemos reparado en cuantos espacios privados, donde se socializa a las mujeres y los hombre en unos roles de respectiva sumisión y domino, ocupan lo público?.

Así se entiende la aversión de la derecha extrema por toda inversión y esfuerzo público en desarrollar políticas de género, en formar y en conforma una sociedad en igualdad. Así se entiende el rechazo de cualquier intento de hacer visible un machismo invisible por aquellos que han hecho de la discriminación, la desigualdad y el desprecio del otro su razón de ser.

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Columnista
Baldomero Oliver

Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Granada

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