lunes 20 mayo
Opinión  |   |

Relatos cortos sin recortar (6)

6

 

La contemplé en todo su esplendor físico. Ella caminaba distraída hacia la parada del autobús. Yo estaba esperando el mismo autobús interurbano con la notabilísima paciencia de un monje tibetano. Ella iba vestida con pantalones vaqueros ajustados bastante raídos, un anorak negro corto y unas rojas zapatillas deportivas. La mochila coloreada la llevaba colgada en sus hombros y reposaba en su espalda. Su pelo rubio lacio le caía como una cascada en la capucha del anorak endrino. Y sus labios gruesos sin carmín, daban la sensación de que estaban totalmente ateridos por el frío gélido de la mañana. Era bellísima. Maravillosa. Y sus ojos oscuros relucían cuando me miró. Su estatura era considerable. Una mujer alta. Y no me dijo ni una sola palabra cuando pasó a mi lado. Ahora en estos tiempos de crisis de ideas y decadencia social, económica y política, nadie suele dar los buenos días. Yo me fijé en sus enormes pechos inhiestos porque llevaba el anorak negro sin abrochar. Por esto sería po lo que tenía cara de frío. Y a ella, al notar mi mirada, se le puso la cara descompuesta porque sopesó que era uno de esos tipos que miran a las chicas con ojos de depredadores sexuales. Todos los días se sube al autobús, o casi todos, y todos los días le miro los pechos. Aunque otros días también le miro el enorme trasero cartaginés que posee. Tiene más de dieciocho años, pero esa edad no me da derecho alguno a ser un mirón empedernido de tetas y culos. Voy a procurar no mirarla más. No deseo darle ningún sofocón mañanero. El respeto a todas las personas, debe de ser de norma obligada. Aunque hay que relatar, que yo debería de tener muchos menos años, y para decirle lo que me gusta una barbaridad.

 

Un amigo mío, fue un hombre que murió joven. Murió con setenta años recién cumplidos. Algo demasiado joven para los tiempos que corren con tantos adelantos en medicina. Y murió cuando estaba casado con su tercera esposa de cuarenta y cinco años menos que él. Y con un hijo de corta edad. Con esto, no quiero decir que sea normal tener setenta años y una esposa de veinticinco años. A mi amigo, le dio un infarto de miocardio fulminante. Tuvo otras dos mujeres, aunque ya divorciado de ellas, que le dieron variados hijos. Y le gustaban las mujeres jóvenes más que rascarse una pupa con esa concha de sangre ya reseca que está a punto de caerse de la piel ya regenerada. La chica de las mañanas, generosa de cuerpo y de ojos oscuros, también me mira a mí con miradas que deben de ser de curiosidad. Yo ya tengo casi sesenta años, pero con la apariencia de un joven cuarentón que va vestido con las prendas modernas que son solo propias de los chicos de veinte años. No tengo las santas canas en mi cabellera ni poseo las mártires arrugas en mi rostro. Y tampoco detento los beatos achaques que tienen por misión demostrar que ya se es casi un viejo. Un casi viejo con apariencia de ser mucho más joven de lo que dice la partida de nacimiento. ¡Oh! divina mujer de culo cartaginés y pechos dolomíticos, el mundo es tuyo a nada que te lo propongas. Aunque debes de estudiar tu carrera universitaria porque la prostitución es algo que degrada bastante a quienes la practican, y aunque se pueda ganar una fortuna cierta. Una tía mía, descocada ella y débil de entrepierna, a pesar de ser lo que se llama una dama de buena familia, hizo una fortuna inmensa follando a destajo con todo aquel que llevaba en la cartera hermosos billetes de las mil pesetas de otros tiempos. Un putón, mi tía, pero me dejó su fortuna íntegra.. Y yo se lo agradezco porque me paso la vida mirando culos y tetas.

Publicidad

Comentarios

©Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta noticia sin autorización expresa de la dirección de ahoraGranada
Publicidad
DÍA A DÍA
Desarrollado por Neobrand
https://ahgr.es/?p=2456