lunes 20 mayo
Opinión  |   |

Relatos cortos sin recortar (Tres hermosos disparates) (13-6-2014)

Tres hermosos disparates

 

No pude soportar mirar los ojos sin vida, pero abiertos de par en par. Mis dedos todavía estaban ensangrentados. Había matado a mi gallina preferida dándole varios tajos en su cuello con un cuchillo muy afilado de cortar jamón. Iba a hacer una rica sopa con ella. Le quité las plumas con un lento cansancio producido por la tristeza de haberla tenido que sacrificar. No tenía otra cosa para alimentarme. Era mi gallina de los huevo de oro. Pero sus huevos no me los podía comer porque eran áureos y tan duro como un metal maleable. Ya había cocinado antes a mi gato persa que no sabía hacer nada más que maullar. También había aderezado a mi perro en estofado caldoso con hojas de ortiga y de geranio. Y ya no me quedaba nada más para comer que mi gallina de los huevos de oro. Una gallina que me resultó muy apetitosa. Y ahora tengo los huevos de oro y no sé que hacer con ellos. Vivo solo en Europa. La guerra nuclear me ha había dejado solitario con mis tres mascotas. Mi gato Nerón. Mi perro Isaías. Y mi gallina de los huevos de oro.

 

Cerré los ojos al tiempo que mi bota derecha impactaba con fuerza en el balón desde el fatídico punto de penalti. Y los abrí cuando desde la grada gritaron los aficionados gol. No sabía por dónde había entrado el balón en la portería contraria. No tenía ni la más leve idea si había sido un gol bonito, imparable y bien ejecutado. Habíamos ganado el campeonato mundial de fútbol para ciegos con ceguera total. El penalti lo había pitado el árbitro que no era ciego, en el último minuto del tiempo añadido. Y mis compañeros me abrazaban con efusión. Aunque mis compañeros de equipo, mis camaradas ciegos, nadie lo sabía, no conocían que yo no era ciego. Yo me hacía el ciego porque no me gustaba nada en absoluto jugar al fútbol. Y, además, yo me ganaba la vida siendo un vidente que predecía catástrofes, alegrías, sortilegios y toda clase de venturas positivas y negativas en los seres humanos. Era un impostor. Un bribón. Un malandrín. Un pícaro que jugaba con las buenas voluntades de los demás. Pero hoy, soy campeón del mundo.

 

Para ser un domador de serpientes venenosas que todos los días se juega la vida, soy una excepción notable, y porque ya tengo cumplidos cien años de edad. Llevo noventa años domando serpientes venenosas sin que éstas me muerdan e inyecten su letal pócima con sus afilados dientes. Empecé mi carrera de domador con tan solo diez años, y cuando mi padre, ya fallecido hace muchos años, vio en mí una rara habilidad con todo tipo de reptiles, e incluyendo las serpientes más venenosas del planeta. Yo miraba a los ojos de una serpiente, la que fuese y por más venenosa que fuese, y ésta se adormilaba apacible  como un bebé pequeño que se duerme cuando es acunado con mimo en los amorosos brazos de su madre. Aunque un día, una serpiente cobra real no me miró a los ojos y me dio un mordisco, una mordedura que a todas luces me iba a matar porque me había inyectado su veneno. Pero no fue así, y ya que me abrí el brazo y sorbí la sangre envenenada. Lo que hizo que fuese inmune para siempre. Con cien años, ahora me siento morir de amor. Estoy enamorado de una víbora de Gabón.

Publicidad

Comentarios

©Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta noticia sin autorización expresa de la dirección de ahoraGranada
Publicidad
DÍA A DÍA
Desarrollado por Neobrand
https://ahgr.es/?p=9524