martes 21 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XVI) (4-5-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XVI)

 

El perruno, libre de obligaciones laborales porque hoy es un domingo espléndido, ha decidido caminar por las montañas que están coronando el valle en el que vive. Pasea sin prisas. Va observando las plantas y los árboles sin que se fije en nada concreto. Va caminando siempre hacia arriba. Subiendo las cuestas pronunciadas que lo llevaran a parajes alpinos. Los pinos son como legionarios romanos sin una formación específica de combate. Las plantas son cada vez más escasas por la altura. Piornornos solitarios y desperdigados. Hoy es obvio que el perruno ciudadano no va a visitar a su padre para que les cuente sus andanzas de niño que jugaba, sobre todo con hermana Carmen. El perruno ha decidido hacer una excursión a la montaña. A Sierra Nevada. Al pico del Monte Caballo, esa montaña que está a algo más de tres mil metros sobre el nivel del mar. Viste el perruno, botas mixtas de media escalada. Y lleva en su mochila un anorak por si el tiempo cambia y llueve o nieva. En la primavera no es difícil que las nubes se descarguen y les jueguen una mala pasada a los excursionistas. Unas águilas juegan en los cielos con acrobacias amorosas. Las urracas graznan al perruno. Y un lagarto verde le planta cara con sus fauces abiertas para impresionar. Aunque el perruno ciudadano no le hace el más mínimo caso. Sabe que si se va a por el lagarto, éste cogerá raudo, por patas, su agujero a toda prisa. Huele a aire puro. Suena un viento suave que le da amable en su rostro al ciudadano perruno Igor González. El día es ya casi veraniego. El calor empieza a morder. El sudor es compañero del perruno ciudadano. La luz es tan diáfana como millones de neones encendidos. También huele a soledad. Las altas montañas se acercan mimosas. Las nieves que todavía quedan comienzan a mirar al perruno con cariño. Y el perruno ciudadano Igor González, comienza a rememorar para sus adentros lo que todos los días ejecuta deportivamente para estar en buena forma…

 

“En la absoluta oscuridad del dormitorio abrí los ojos. El reloj digital marcaba la cuatro y media horas. Sus números rojos parecían enormes dígitos rojizos fantasmales. Sólo se oía, de vez en cuando, el quedo zumbido romo del motor del frigorífico. El silencio era total. Hacia frío. Me levanté como todas las madrugadas para ir a beber un vaso de agua en ayunas. Sacar la mantequilla con sal del frigorífico. Desenchufar el móvil. Vaciar la tripa y la vejiga generosamente. Y ponerme a hacer el deporte modesto de todos los días del año. Sólo descanso el domingo, y no por cuestiones religiosas. Soy un ateo deportista.

 

Para estos menesteres, las zapatillas de correr deben de ser muy técnicas, usadas en muchos kilómetros y lo más cómodas posibles. Los calcetines sin arrugas ni costuras. El pantalón con slip de algodón egipcio. La camiseta ancha y suelta para no rozarse las axilas. El saber sufrir metido en las neuronas y en los cojones. El atletismo es duro. El turrón también. Y los pechos enormes de la rubia con culo cartaginés deben de ser tan duros como el turrón y el atletismo. Esto de la rubia, lo pienso cuando estoy corriendo. La rubia es todo dureza. Y tienes unas tetas que tiran más que una olimpiada de verano.

 

Hora y media trotando por los caminos de tierra dan para mucha reflexión. El pensamiento se ajusta a las necesidades del que va corriendo por entre los campos tan silenciosos como un récord de diez mil metros. Se recuerda el trabajo. A los hijos. Y a la rubia dura de geografía física y pelo trigal ya gualda para la siega. Los árboles parecen en la oscuridad bandoleros agazapados. El aire es fresco, pero sin sabor a menta. La tierra de los caminos está compacta por la escarcha. La hierba riela rocío. Las estrellas cronometran desde la imponente altura. El sudor comienza a fluir a los tres kilómetros de carrera continua. Estás cansado, pero sigues corriendo como si fueras a batir un récord inalcanzable.

 

Las ganas de beber agua fresca se destapan como esas chicas que podrían hacer un striptease de madrugada en las bifurcaciones de los caminos por donde discurre la carrera del atleta. Sonarse los mocos no es problema alguno, y porque basta con bufar fuertemente por la nariz. Trotar corriendo más de una hora por la mañana, es motivo idóneo para soltar la malaleche que habíamos acumulado durante todo el día anterior. Y para correr todos los días, sólo hace falta voluntad. Eso que no tienen los políticos.

 

A la ducha la ves como la ansiada meta. Agua caliente. El enjabonado. Agua caliente. Y después fría para terminar. Secarse con una toalla que abruma como la capa de un obispo. El desayuno aguarda en lontananza. Lavarse después los dientes reconforta a las encías con ese característico sabor a flúor antiséptico. Hacer deporte todos los días no lleva directamente al cielo, pero los cuerpos lo agradecen bastante. Y la sensación de limpieza total es esperanzadora y limpia. La piel se pone roja. El ano se dilata sin homosexualidad. El escroto se engurruñe. El pene se queda en irrealidad íntimamente pequeña. Los pulmones se vuelvan ligeros como los pies de Aquiles. Y no hace falta ser un campeón con laurel. Y se vuelve a recordar los pechos de la rubia. ¡Dios! Enormes. Grandes como bendiciones papales con forma de melones pequeños. Duros como piedras inhiestas de un mundo remoto y galáctico. Dos pechos asombrosos y bonitos.

 

Una mente sana en un cuerpo deportivo, hace que te tomen por loco. Sobre todo cuando te ven corriendo tan de mañana en pantalón corto y camiseta de tirantes. Ya una vez vestido, vas al trabajo con la idea fija de que debes de trabajar porque por ello te pagan. Trabajar jode, pero más jode no poder comer a diario por falta de trabajo. El dinero sirve para comer, vestir y sacar adelante a los hijos. Y sólo se usa para otras cosas cuando has robado o ganas el dinero como un dentista. Los políticos son como los dentistas, gravosos en extremo. Unos seres que han nacidos para hacerse ricos en poco tiempo. Tres legislaturas, y a vivir oligarca común. Fusilar políticos corruptos, quizá también fuese un deporte interesante. Y aunque, por inútil, no se crea en la pena de muerte.

 

Ya has fregado los platos. Ya has hecho la cama. Ya has cerrado la cerradura de la casa. Y ahora vas y estornudas al pisar la acera. Ves que las farolas te saludan. Que en los árboles los pájaros se callan a tu paso. Que los gatos también te saludan pasando su cola por entre tus piernas. Que los vecinos ni te miran. Que los automóviles no quitan las luces de carretera. Que el sol ya va a salir mañanero. Y que vas por las calles olímpicamente. Eres un tipo con suerte, otros ya llevan enterrados muchos años. Unos hacían deporte y otros sólo fumaban y bebían. Y discurres ahora, que nunca irás a una puta Olimpiada”.

 

De camino a su casa, el ciudadano perruno Igor González ya ha disfrutado lo suyo con su excursión serrana en la que  se ha comido la tortilla de patatas y algunas chuletas de cerdo empanadas, unas natillas de vainilla y ha dado cuenta de varias naranjas, el largo paseo se hace más llevadero porque no es lo mismo subir que bajar de unas montañas. Ahora el paisaje del valle está de cara. Y se observan sus verdes y sus poblaciones. Al perruno le duelen las rodillas por bajar excursionista las enormes cuestas, aunque resiste sin ser un cobarde que se amilana. Camina alegre y sosegado. Anda con pasión agarena. Se agiganta como un cíclope andante. Colecciona montañas visitadas. Tiene sus ojos plagados de lugares montañeros bellísimos. Ha visto salvajes cabras ibéricas en piaras de hembras con sus cabritos. Y también ha divisado en la lejanía montaraz a los enormes machos subidos en las grandes piedras de las montañas. Su localidad se acerca. El pequeño pueblo se hace realidad palpable. Sus encaladas casas se agrandan. Divisa sus casas que echan humo por sus chimeneas y a pesar de que la ya primavera ha subido las temperaturas. Los pinos verdinos otra vez son sus compañeros. Hay también álamos enormes. Convive mientras camina con enormes castaños de cientos de años en sus troncos y ramas. Y saluda amable a las higueras de secano, bajitas y rechonchas que proliferan más junto a los pequeños riachuelos, que ya poseen los futuros frutos que serán más tarde, como siempre, higos blancos y negros dulces. El perruno ciudadano ha sido feliz con esta excursión solitaria. Ha pasado un día montañero muy placentero. Ha sudado lo suyo, pero ha bebido agua salvaje y cristalina en los ricos manantiales que proliferan en las altas cumbres y en las laderas de unas montañas penibéticas que son, en su conjunto, un endemismo fantástico e inigualable del Sur de Europa. El perruno ciudadano va camino del relax de un baño de agua caliente. Marcha en pos de una cena íntima y apetitosa. Y baja de las montañas pensando en el descanso que le va a proporcionar su solitaria cama, la que jamás lo engaña. Y quizá ya relajado, a punto de soñar, vuelva a recordar en todo su conjunto a la rubia, no solo a sus pechos, y se duerma como un bendito querubín tierno que ronca como un ogro bueno que jamás devora rubias con glotonería.

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